#19: Pequeños ángeles

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Un mes después, con julio despidiéndose para cederle el turno a agosto, el ambiente en la casa era mucho más corrosivo que nunca. Y ese veneno tenía piernas, nombre y gafas, en cuanto entraba a una sala las luces parecían ennegrecerse al igual que el ánimo de todos, incluido el mío y hasta el de Caesar, que notaba la tensión y se quedaba alerta por si en algún momento recibía una orden de ataque de mi parte.

Ganas no me faltaban, la verdad.

Cuanto más lejos quedaban la discusión del baile y el festival de la academia, más parecía crecer la bola de odio en Reiji, que si de por sí llevaba un aura turbia consigo a todas partes, en esos últimos días se había convertido en la toxicidad personificada. Todo le parecía mal, una sola palabra de cualquiera de sus hermanos ya la usaba para acusarlos de haber provocado aquella situación, ya que seguía en sus trece y, en lugar de admitir que el único que estaba fallando era él con su orgullo, daba por sentado que yo había manipulado a ambos clanes para ponerlos de mi parte. Hasta Caesar, que desde el principio había demostrado que le gustaba el pelinegro, ya ni se molestaba en menear la cola cuando lo veía acercarse, había aprendido con el tiempo que nunca recibiría una sola caricia de su parte.

- Otra vez- resopló de repente Shuu, entrando a la sala principal y haciendo que Ayato diese un respingo, casi chocando su cara contra la portada de mi novela al estar con la cabeza recostada en mi muslo.

- ¿Qué pasó ahora?- pregunté, sin dejar las caricias en la frente del pelirrojo para que se quedase en su sitio, y volvió a dejar las piernas sueltas por el reposabrazos cuando el rubio entró en su campo de visión, sentándose en la butaca que normalmente ocupaba Reiji.

- Esta vez no es por tu esposito- aclaró enseguida intuyendo el tono de mi pregunta-. Esa persona me ha llamado como cinco veces estas últimas semanas, siempre para decirme lo mismo, pero hoy se ha puesto más insistente y ya me está empezando a agobiar.

- Deduzco que nos concierne, si no no habrías venido a decírnoslo- dijo Ayato.

- Tendría que haberlo dicho desde el principio en realidad, solo que no pensé que fuese para tanto hasta que lo escuché antes casi suplicándome para que lo llamase si ocurría algo.

A ellos con más razón, pero hasta a mí me sonó raro juntar los conceptos "Karlheinz" y "padre preocupado" en la misma línea. 

- ¿Puedes decir ya qué tiene tan tenso a ese monstruo?- espetó Subaru, plantándose a su lado de pie. Al mismo tiempo, noté los aromas de los otros dos trillizos a mi espalda, pero por suerte en ningún momento se percibió el aura del segundo hijo.

- Supuestamente toda la nobleza está que se sube por las paredes desde hace semanas, ha aparecido un cazador de vampiros nuevo y se ha estrenado a lo grande, en una sola noche se las apañó para deshacerse de un clan entero en su propia mansión. No eran muy fuertes tampoco, aún no ha ido a por los peces gordos, pero tiene un estilo de asesinato que, según él, no se veía desde las grandes épocas de los cazadores, el nuevo Van Hellsing lo han empezado a apodar.

- O sea, que se ensaña con los vampiros a los que encuentra- adivinó Raito.

- Sí. Por ahora no hay nadie que haya sobrevivido a su encuentro, solo saben que es un humano en solitario porque usa la sangre de los cadáveres para firmar y amenazar, a saber por qué pero nos odia al punto de tener la ilusa idea de eliminar hasta el último vampiro del mundo.

- Ponlo delante de Ryujin después de discutir con el otaku de las vajillas y ya veremos cuánto dura- bromeó Ayato, pero al notar la seriedad en el rostro de su hermano mayor se terminó sentando, no era momento para seguir disfrutando de caricias en la cabeza-. Aunque sea cierto no me encaja que esté preocupado por nosotros, no es propio de él.

A cuentagotas (Diabolik Lovers)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora