2. La madrileña

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La observo con detenimiento

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La observo con detenimiento. En nuestro encontronazo en la cafetería, me ha crispado tanto que, lo único con lo que me he quedado ha sido con ese pelo rojo veteado con naranjas. Sin embargo, ahora que la tengo delante puedo comprobar cómo en su rostro una constelación de pecas dibuja un contraste con su piel pálida. Ni siquiera la base de maquillaje ha podido ocultarlas y ahora, cuando frunce el ceño, se mueven al compás de su mala leche.

Clavo mis ojos en los de ella. Está enfadada, pero lo que no sabe es que su berrinche me hace mucha gracia y no me pienso mover del sitio. Vale que ayer no vine a las presentaciones, pero porque sé que son una pérdida total de tiempo; además, necesito sentarme aquí, no solo porque estoy con mis amigos, sino porque pasada la segunda banca no veo la pizarra. Algo que podría solucionarse con mis gafas, pero odio ponérmelas delante de la gente. Así que, ante su petición, además formulada de la peor manera posible, solo me queda negarme.

Su mirada se desvía durante un segundo de la mía y luego percibo cómo su comisura izquierda se eleva con una malicia estudiada. Lo malo es que estoy tan centrado en sus labios que no soy lo bastante rápido como para verla venir.

Deja caer su vaso de café y como estoy inclinado hacia delante, el líquido consigue calarme la camiseta. Será... Encima es mi camiseta blanca favorita.

—Oh, Dios mío... ¡lo siento! —dice con una muy estudiada mueca de inocencia—. Qué torpe soy...

Me muerdo el labio inferior, porque quiero soltar sapos y culebras, pero no... Aquí no. Contente, Elio, contente.

—Encima sobre blanco, con lo mal que salen las manchas de café. Se tiene que frotar bastante.

Esa chispa, esa condenada chispa en sus ojos castaños. Sabe perfectamente lo que ha hecho y está orgullosa de haber acertado con la caída del vaso. No voy a negarlo, ha sido lista. Tirarme el café en la cara la hubiese señalado como una loca, pero esto es distinto. Es una venganza que suena a «por si te habías quedado con ganas de más cafecito».

Ella está sonriendo, creyéndose vencedora, pero lo que no sabe es que ha elegido muy mal a su contrincante y va a perder. Me levanto con cuidado del asiento y, sin dudar, me quito la camiseta. Pierdo el contacto con sus ojos unos segundos, pero cuando termino de sacarme del todo la prenda, la pillo mirándome el torso. Silbidos y vítores se alzan a mi alrededor. Sonrío con superioridad.

—Gracias por ofrecerte a limpiarla por mí —le digo con recochineo. Su expresión cambia por completo y junta en lo alto de su nariz las cejas, confundida. Le lanzo la camiseta a la cara—. La quiero limpia para la semana que viene.

—Luque, tío, primer día y ya enseñando palmito —se queja mi amigo Toni, mesando su pelo castaño.

—No pienso lavarte nada, y, además, va a ser imposible sacar la mancha —replica ella quitándose la prenda del rostro.

Distancia focal (título provisional)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora