12. Halloween

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De haber estado en Madrid, con toda probabilidad, a estas alturas del mes de octubre ya habría sacado el abrigo de plumas

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De haber estado en Madrid, con toda probabilidad, a estas alturas del mes de octubre ya habría sacado el abrigo de plumas. Sin embargo, en la ciudad de Málaga hoy el día está despejado y estoy disfrutando de estos cálidos instantes en los que me dejo abrazar por los últimos rayos del atardecer.

Estoy apoyada sobre la barandilla del Muelle Uno, admirando la vista que me otorga y viendo La Farola, el faro de la ciudad, que se recorta contra el horizonte y destaca con su blanco sobre el fondo de azules.

Los nervios que me han azotado durante toda mi jornada de trabajo en la tienda se han visto incrementados por esta espera lenta que me está devorando. He quedado con Ginés justo aquí, en el extremo de las Pérgolas de la Victoria que da al Centre Pompidou. La gente pasea, monta en bici y aprovecha la tarde de viernes para relajarse cerca del puerto y disfrutar de los restaurantes que hay en él.

Estoy observando a una niña subida en su triciclo rosa cuando una mano me da un par de toques en el hombro.

—Espero que no hayas tenido que esperar mucho —dice él con una amable sonrisa.

—No, he llegado hace unos minutos —miento. Porque la verdad es que llevo casi veinte aquí esperando.

—Perdón por el pequeño retraso, he tenido que resolver algunas cosas en casa.

Su rostro se entristece y me da mucha ternura verlo tan afligido.

—¿Qué te parece si nos sentamos ahí? —propone señalando una cafetería que tiene dispuesta una terraza.

—Claro.

Primero pedimos un par de cafés y luego tomamos asiento en una mesa que queda frente al paseo. Lo contemplo. Él se remueve inquieto y veo cómo sus hombros están algo caídos. Ahora me pregunto si ha sido una buena idea todo esto.

—¿Qué tal en la tienda? —se interesa.

—Pues... otra jornada trabajando de cara al público y fingiendo que no quiero matar a todas y cada una de las personas que me contestan con malos modos —respondo. A lo mejor me he pasado de sincera, pero consigo robarle una sonrisa y eso me gusta—. ¿Tú qué tal?

—Nervioso —confiesa—. Es solo que... —Tragas saliva—. Todo esto me remueve mucho. Sufrí tanto en su momento que me ha costado volver a ser mínimamente yo.

La presión que ocasionan sus palabras en mi pecho me hace mover mi mano y agarrar una de las de él.

—Tampoco hace falta que me cuentes todo, no quiero hacerte daño —digo con sinceridad—. Podemos dejar el tema de lado y simplemente tomarnos el café.

Ginés se lo piensa. La curiosidad me pica en la lengua y me pide que insista, que le pida explicaciones, pero mi empatía me frena. Lo veo muy vulnerable. Tras unos segundos en silencio, suelta el aire en una gran bocanada y me sonríe.

Distancia focal (título provisional)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora