1. El Chico de Fuego.

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Tinta y Fuego:

Libro 1

1. El Chico de Fuego:

Tengen Uzui:

Mediante sencillos trazos de tinta negra sobre el folio en blanco iba tomando forma un cráneo humano del que salía una serpiente por una de las cuencas oculares.

Dibujar había supuesto durante la mayor parte de mi vida una vía de escape a toda la mierda que tenía que soportar en casa. El tener que ponerme los auriculares a todo volumen y refugiarme en música y voces desgarradas que eran capaces de expresar todo el miedo, la rabia, el odio y la impotencia que sentía cuando los sonidos comunes de cualquier hogar se veían sustituidos por gritos furiosos, insultos, amenazas y portazos.

— Chicos —llamó nuestra atención Sakamoto-sensei y levanté con desgana la mirada del papel dejando a un lado la pluma—. Hoy llega a nuestro instituto, y más concretamente a nuestra clase, un nuevo compañero desde Kyoto, así que espero que le deis la bienvenida y no os comportéis como becerros con él.

Esto último lo dijo lanzándome una no tan sutil mirada desde donde se encontraba frente a la pizarra aún garabateada con datos que más nos valía aprendernos si no queríamos que el examen del próximo lunes no se convirtiera en nuestro Waterloo personal. Le devolví una muy poco convincente sonrisa angelical antes de volver a centrarme en lo que estaba haciendo.

Todos los alumnos y profesores conocían sobre mi pequeña afición a darle caña a los nuevos. Más aún si por alguna razón u otra estos se me acababan atravesando entre ceja y ceja. Entonces, por desgracia para ellos, me acababa convirtiendo en su verdugo, aunque esto último no lo sabían los maestros y el resto de compañeros no tenían los cojones lo suficientemente bien puestos como para decirlo de viva voz.

Cuando estaba terminando de sombrear mi pequeña obra, la puerta del aula se abrió permitiendo la entrada de un chaval de cabellos y ojos de fuego. Este saludó respetuosamente al profesor que le devolvió el gesto antes de volverse hacia la clase.
—¡Hostias, si tenemos aquí a la antorcha humana! —se me escapó antes de que le diera tiempo a abrir siquiera la boca. El recién llegado cerró los ojos por unos instantes y sonrió más para sí, como si estuviera tan acostumbrado a este tipo de reacciones que ya hasta le hicieran gracia.

Se alzaron algunas risitas sofocadas, así como suspiros de exasperación por parte de aquellos que no me tragaban. Pero qué le iba a hacer, uno no está en la obligación de agradar a todo el mundo. El profesor, molesto, ordenó silencio.
—Otra bromita de las tuyas y te vas a hacerle una visita al director, ¿cómo lo ves? —dijo dirigiéndose a mí al tiempo que yo levantaba las manos en gesto conciliador mientras sonreía de medio lado.

En vista de que, por el momento, no iba a volver a abrir el pico, lo invitó a que se presentara. Él asintió y se volvió hacia nosotros. Había algo en él, en la transparencia de su mirada ígnea, en su aura serena y cálida, en su presencia fuerte pero no avasalladora que no me estaba haciendo ni pizca de gracia. Apreté la mandíbula hasta que noté los músculos de esta palpitándome bajo la piel.

Se aclaró la garganta y manteniendo esa sonrisa calmada abrió la boca:
—Hola, mi nombre es Rengoku Kyojuro, vengo desde Kyoto y espero llevarme bien con todos vosotros —dijo haciendo un sutil énfasis en el “todos” dirigiéndome una rápida pero penetrante mirada. Aparentemente tenía agallas. Me moría por ver si realmente era así o solamente era una fachada.
—Muy bien —dijo el maestro escudriñando en busca de un asiento libre, finalmente lo localizó justo delante de mí, a la derecha de la friki del pelo rosa y verde— puedes sentarte al lado de Kanroji.

La aludida alzó la mano para que guiarlo y antes de sentarse, Rengoku le dirigió una resplandeciente sonrisa a la que la chica respondió del mismo modo un tanto ruborizada.
Me eché hacia atrás en mi asiento mientras hacía girar la pluma entre mis dedos. Tenerlo en frente sería muy divertido e interesante, pensé mientras me mordía cerca de la comisura de mi labio. Definitivamente Rengoku se había acabado de convertir en mi próxima presa.

Las horas hasta el final de las clases de ése día se me pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Idear mil y una maneras de bajarle los humos al nuevo hacía muchísimo más llevadero el lento pasar del tiempo y, para cuando sonó el timbre, ya tenía clara la forma en que lo iba a poner en su lugar.

Rengoku terminó de recoger sus cosas casi al mismo tiempo que yo y al pasar por su lado le di un fuerte empujón para desequilibrarlo. Logré mi objetivo y él se tuvo que apoyar entre el respaldo de la rarita  del pelo bicolor y su mesa para no caer sobre ella, haciendo que Kanroji lanzara un grito ahogado mientras se cubría. Sus hombros se tensaron y por unos segundos sus dedos se aferraron con tanta fuerza a los muebles que las venas de las manos se le marcaron antes de erguirse y dar media vuelta para encararme.
— ¿Tienes algún problema conmigo? — preguntó atreviéndose a mirarme directamente a la cara. Al tenerlo tan cerca y a pesar de que a penas me llegaba a los hombros, me di cuenta de que era verdaderamente imponente. Sobretodo gracias a la fuerza que desprendían sus ojos flamígeros.
— ¿Problemas yo? — pregunté esbozando una sonrisa inocente—. No, ¿lo preguntas por algo?
— Si es así, no entiendo por qué tanto empeño en molestar...
Lancé una carcajada cortándolo.
— ¿Molestarte? Mira Llamitas, no me culpes de que seas tan inútil como para ser incapaz de mantenerte en pie —repliqué inclinándome sobre él al tiempo que alzaba mi mano para tomar entre mis dedos uno de sus mechones dorados con las puntas rojizas.

Al contrario de lo que me esperaba, me sostuvo la mirada sin inmutarse lo más mínimo y me detuvo sujetándome por la muñeca, sin apretar, pero manteniendo firmemente mi mano alejada de él.
— Mi nombre es Rengoku Kyojuro —su voz se volvió más grave y ronca, como el rugido amortiguado de un tigre y sus ojos se oscurecieron hasta volverse del color del ámbar—, no lo olvides.

Por unos instantes que parecieron prolongarse en el tiempo nos estuvimos sosteniendo la mirada. Por supuesto, ninguno de los dos estaba dispuesto a dar su brazo a torcer. No le iba a permitir, ni a él ni a nadie, que se quedara por encima de mí. Habían sido muchos años aguantando a gilipollas mucho más grandes que él y aprendiendo a hacerme respetar y temer como para que un niñato como ése viniese a vacilarme.
— Necesitamos que salgáis de la clase —dijo alguien y me volví furioso hacia la puerta. Habían llegado los pringados del turno de limpieza.

Rengoku asintió, le pidió disculpas a Kanroji por haberla asustado y salió del aula.

Tinta y Fuego (Libro I).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora