8. Red Eyes Demon:

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Uzui Tengen:

Hakuji Akaza:
¿Se puede saber dónde narices te has metido?
¡¡Muzan está que echa chispas!!”

“Yo:
Te escribí un mensaje diciendo que tengo
prohibido salir de casa."

“Hakuji Akaza:
¡No me interesan tus mierdas, averigua
de una jodida vez como salir de ahí o
de lo contrario no me responsabilizo de
lo que haga contigo!”

Maldije todo lo que produce sombra mientras sopesaba mis posibilidades. A esas horas mi padre estaría en su despacho haciendo vete tú a saber qué, por lo que si me largaba de allí en esos momentos tal vez llegara al punto de encuentro en una media hora.

Apretando los dientes salí de mi habitación y me asomé por encima del pasamanos. Efectivamente estaba en su despacho, podía ver una luz azulada por debajo de la puerta y el sonido del teclado llegaba amortiguado hasta la planta de arriba. Procurando no hacer ningún ruido bajé las escaleras y fui hasta la puerta. El corazón me latía con fuerza en mis oídos, más que nada me aterraba cómo me podría encontrar a Kibutsuji Muzan, a quien por evidentes razones llamaban el demonio de ojos rojos.

Cuando me encontré al otro lado de la puerta, me alejé lo más rápido posible de la casa y en cuanto me encontré lo suficientemente lejos me permití soltar un leve suspiro de alivio, un alivio que no duraría mucho.

🚬 🚬 🚬

Los Lunas de Sangre se reunían en la sala VIP de un restaurante carísimo de la ciudad, dando a entender que Kibutsuji Muzan no era precisamente un individuo cualquiera con aspiraciones demasiado elevadas, si no alguien que sabía muy bien cuáles eran sus metas en la vida y qué métodos tomar para alcanzarlas. Lo verdaderamente perturbador de ése hombre era que cualquier vida que no fuese la suya propia o que supusiera un obstáculo entre él y sus deseos era susceptible de ser apagada con la misma fría indiferencia que quien apaga la llama de una vela o aplasta un insecto con el pie.

En menos de veinticinco minutos estaba entrando por la puerta del local y uno de los camareros me escoltó hasta la sala donde Kibutsuji me estaba esperando. Junto a él estaba Hakuji Akaza y una chica maquillada como una oiran*  aunque con muy poca ropa cubriendo su cuerpo. Esta estaba arrodillada en el suelo con la cabeza apoyada en el muslo izquierdo de Kibutsuji, quien le acariciaba el cabello como si no poseyera más humanidad que un perro mientras degustaba vino en una copa de cristal labrado. Al verme aparecer le tendió la copa a Hakuji, dejó de acariciar a la chica que se hizo a un lado y se puso en pie. El guantazo fue tan rápido que no lo vi venir siquiera y me hizo girar la cara con violencia. Con la punta de la lengua me palpé el interior de la mejilla y los dientes por si me había aflojado alguno.
—Has de saber que esto me duele más a mí que a ti, me has decepcionado muchísimo y vas a tener que hacer muchos méritos para que te ponga de nuevo en el pedestal donde estabas —dijo con una tristeza tan mal fingida que me revolvió el estómago.
—No he venido a intentar recuperar la posición que tenía —empecé a decir girando lentamente la cabeza para mirarlo a los ojos— si no para decirte que como ya no te debo nada, me marcho.

Kibutsuji se quedó mirándome con los labios entreabiertos durante unos segundos, luego soltó un suspiro de resignación mientras encogía los hombros.
—Si realmente esa es tu decisión no puedo retenerte —con un gesto señaló la puerta por la que había entrado, dudé unos instantes y por orden de Kibutsuji, Akaza se ofreció amablemente a acompañarme a la salida.

Tinta y Fuego (Libro I).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora