3. Akaza:

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Tengen Uzui:

Si las personas tuvieran un halo en torno a sí estaba seguro de que el de Hakuji Akaza tenía que ser de lo más siniestro. Como cada día me esperaba a la salida del instituto y la gente instintivamente procuraba mantenerse lo más alejada posible de él. Al verme bajar la escalinata que conducía a la puerta principal de separó del muro en el que estaba apoyado al tiempo que arrojaba al suelo su cigarro y lo apagaba aplastándolo con la gruesa suela de su bota con adornos de metal.
—¡Menuda cara de mierda traes! —exclamó al llegar a mi altura, por toda respuesta lancé un gruñido y continué andando.
—¿Se puede saber qué mosca te ha picado? —preguntó plantándose delante de mí con las piernas ligeramente separadas y los brazos cruzados sobre el pecho.
Me mordí el interior de las mejillas tratando de no perder los nervios.
—Nada, solo he tenido un mal día —contesté al final sacudiendo la cabeza como para despejarme y Hakuji sonrió de medio lado.
—Lo malo de querer ser un niño bueno para complacer a daddy, ¿no? —ante aquello no pude evitar lanzarle una mirada asesina.
El alzó las manos en un gesto pacificador y eché a andar todo envarado.

Mi relación con mi padre apestaba más que un puto estercolero, más aún cuando la mayor parte del día se la pasaba metido en webs para solteros en busca de cualquier mujer que le devolviese lo que mi madre se llevó al divorciarse de él. Para su desgracia en cuanto las interesadas se enteraban de que tenía un hijo adolescente, echaban el freno y desaparecían como si se las tragara la tierra. A causa de esto a penas nos dirigíamos la palabra y en cuestión de menos de cinco años, el hogar que mi madre se había esforzado en mantener unido se había convertido en un simple edificio que daba cobijo a dos perfectos desconocidos que no se dirigían apenas palabra y solo miradas de indiferencia.

Lo único bueno era que lo mismo que me tocaba vivir un jodido calvario durante dos semanas junto a mi padre, luego me correspondían dos semanas con la mujer más maravillosa que pueda existir en este mundo. Cosas de la custodia compartida.

Durante unos minutos ninguno de los dos dijo ni media palabra hasta que llegamos a una tienda. Ambos entramos y saludamos al dependiente al pasar. Enfilamos uno de los pasillos de estantes y con una maestría que haría empalidecer hasta al más hábil prestidigitador, hicimos desaparecer en nuestros bolsillos algunas cosas. De los frigoríficos tomamos unos refrescos y regresamos para pagarlos para salir de allí como si no hubiera pasado absolutamente nada.
—Por cierto —dijo Hakuji como si se hubiera acordado de algo importante en ése preciso momento— Muzan quiere verte el sábado, se entristeció bastante cuando nos plantaste la semana pasada.

Un escalofrío me recorrió la espalda y antes de volverme hacia él, me obligué a respirar hondo, tragarme la bola de ansiedad que la simple mención de ese nombre y todo lo que representaba me causaba y, cuando lo logré, me giré hacia él fingiendo a la perfección una tranquilidad que ni de broma sentía.
—Dile que cuente con ello, y que por favor acepte mis disculpas —contesté por fin procurando que la voz no me temblara lo más mínimo.
—Por supuesto, aunque ya te explicarás mejor cuando os veáis cara a cara —dijo como si no estuviésemos hablando de un tío que no había parpadeado ni un segundo al romperle la mandíbula a un tío el día en que lo vi por primera vez—. Quédate tranquilo, solamente quiere saber qué motivo te obligó a ausentarte de la reunión. No creo que te haga nada siendo que tiene planes para ti.

“Deja que te diga que el único futuro que me interesa es uno en el que no exista la posibilidad de que me hagan un estropicio en la cara”, me dije a mí mismo al tiempo que lanzaba un silencioso suspiro.

Estaba anocheciendo cuando regresé a casa. Desde el despacho de mi padre podía escucharlo teclear sin descanso. No me molesté ni tan siquiera en avisarlo de que ya había llegado y tras darme una buena ducha me fui a la cama.

Tinta y Fuego (Libro I).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora