13. Senjuro:

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Rengoku Kyojuro:

Llegué a casa que me llevaban los demonios, definitivamente no podía esperar más de un imbécil como Uzui Tengen. Entré como una exhalación en casa y subí a grandes zancadas las escaleras que ascendían al piso de arriba y me encerré en mi habitación. Allí me dejé caer en la cama y hundí mi cara en la almohada, con la esperanza de que para cuando mi hermano y mi padre regresaran a casa me hubiese calmado lo suficiente.

Grité y lo maldije de maneras que hubieran hecho palidecer al mismísimo demonio y en un momento dado noté que tenía las mejillas empapadas. ¡¿Qué diantre hacía llorando por un imbécil como él?! En el hospital había creído ver una faceta suya distinta, un lado de él totalmente diferente, pero no había sido más que un miserable espejismo que al descubrir que no es real, me hacía sentir mil veces más miserable todavía.

Cuando la indignación se disipó lo suficiente para permitirme pensar con algo más de claridad, traté de analizar lo que había pasado en la cafetería. En primer lugar, las cosas habían empezado a estropearse en el momento en el que Uzui vio entrar al chico de los tatuajes, pero lo que realmente lo había molestado fue cuando me faltó al respeto. En ése momento me sentí estúpidamente feliz, pues con un poco de suerte eso podría simbolizar un pasito muy pequeño hacia una buena convivencia en clase.

Sin embargo todo se fue por el desagüe en cuanto quise indagar un poco más. ¿Qué era exactamente lo que lo conectaba con ese chico? ¡Imposible de averiguarlo mientras se revolviera como gato panza arriba!

El ruido en la planta inferior me advirtió de que mi hermano había llegado ya a casa. Haciendo un esfuerzo me levanté como pude de la cama y me acerqué a los espejos de las puertas de mi armario. Mi aspecto era lamentable, tenía el pelo que parecía un maldito nido de pájaros y los ojos enrojecidos por el llanto.

Enfadado conmigo mismo me di un par de palmaditas en la cara para espabilarme y me dirigí al baño para arreglar un poco el desastre que estaba hecho. Me lavé la cara con agua bien fría y me peiné lo mejor que pude teniendo en cuenta que mi pelo casi nunca estaba por la labor de quedarse en el lugar que le correspondía. Tirando la toalla salí del baño y vi como Senjuro subía las escaleras muy lentamente, apoyándose con mucho cuidado en el pasamanos y con un rictus de dolor contrayéndole el rostro. Al darse cuenta de mi presencia trató de dibujar una sonrisa en sus labios que se quedó en una tensa mueca.

Preocupado me acerqué a él y le tendí mi mano. Él fue a tomarla, pero cuando sus dedos estaban a punto de rozarla, se detuvo.
—Hermano, ¿qué haces? —preguntó frunciendo el ceño con una extrañeza muy mal fingida— No soy una dama a la que tengas que ayudar.
—Senjuro, he visto claramente que a penas puedes subir las escaleras —repliqué y su cara se puso pálida de golpe unos segundos.
—Solo he tenido un día duro en el colegio —dijo haciendo un ademán con la mano izquierda restándole importancia, pero al ser un movimiento relativamente brusco se le escapó un quejido y se llevó la mano opuesta a las costillas.
Aquello no me estaba gustando un pelo.
—Ven a mi cuarto —dije serio.
—No te preocupes, no es nada —replicó él terminando de subir la escalera con mucho tiento.
—Senjuro, no te lo estoy sugiriendo —aseveré y se tensó de golpe.
—Kyo, estoy perfectamente —insistió y molesto me adelanté en su dirección.

Solo necesité ver lo pálido que se puso y la manera en la que retrocedía para darme cuenta de que nada estaba bien. Abrazándose las costillas con un brazo y la expresión crispada continuó retrocediendo sin quitarme el ojo de encima hasta que alcanzó su habitación y se encerró en ella.

En un primer momento tuve la tentación de llamar a su puerta, de exigirle que me contara lo que estaba pasando en realidad, pero con su expresión aterrada revoloteando todavía por mi cabeza, preferí dejarlo estar, al menos por el momento. Algo más tarde llegó papá y le conté lo que había pasado.
—No quiero que se vuelva a repetir lo mismo que en el pueblo —murmuré entrelazando las manos en mi regazo. No quería pensar que aquí se volvería a repetir la misma pesadilla de la que habíamos huido.

Él me escuchaba acodado en el escritorio de su despacho con las manos entrelazadas por los dedos delante de sus labios y el ceño ligeramente fruncido.
—Mañana a más tardar iré a hablar con sus profesores por si han notado algo extraño en su comportamiento últimamente —dijo apoyando las manos sobre la mesa—. De todos modos a lo largo de la cena intentaré averiguar algo.
Se puso en pie lanzando un suspiro y ambos salimos del despacho.

Durante lo que restó de tarde, mi hermano no salió de su cuarto hasta la hora de la cena y durante la comida a penas pronunció palabra a excepción de monosílabos, evasivas y algún que otro gruñido. En ningún momento se atrevió a levantar la vista del plato y cuando terminó de comer se levantó de la mesa apretando los dientes y en cuanto terminó de fregar sus platos y cubiertos regresó a su habitación. Ambos nos miramos angustiados.

Por descontado, esa noche a penas pude pegar ojo y cuando el despertador sonó a la mañana siguiente, entre una cosa y otra me sentía como si me hubiera pasado un camión por encima.

Tinta y Fuego (Libro I).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora