12. Cobarde:

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Uzui Tengen:

Soy un puto bocazas, esa es una especie de maldición con la que me he resignado a vivir.

La esperanza de que Rengoku se olvidara de la enorme parida que le solté en el hospital se hizo añicos en el momento en que se acercó a mi mesa para no solo agradecerme por ir a verlo, si no también para decirme que quería hablar conmigo después de las clases.

Pensé que si me escondía tras mi máscara de capullo insufrible me sería mucho más sencillo lidiar con la situación. Qué condenadamente equivocado que estaba.

Mientras paseábamos en busca de un lugar tranquilo donde charlar yo no era capaz de apartar la mirada de él, principalmente por intentar deducir de qué diantre querría hablar exactamente. Si de alguna manera lo había ofendido o molestado con lo que dije, lo estaba disimulando muy bien. Cada vez me intrigaba más las cosas a las que les daba vueltas esa cabecita suya. Luego fueron los malditos rayos del sol de la tarde arrancándole destellos dorados y bermellón a su pelo los que me hipnotizaron hasta que el chico me devolvió a la realidad al anunciar que creía haber encontrado un buen lugar.

Ambos entramos en una cafetería y mientras hablábamos me di cuenta de que mi vida se podía terminar de irse a la mierda definitivamente con la aparición de Akaza.

¿Qué demonios hace aquí? Pensé nada más verlo entrar por la puerta, pero entonces recordé a Muzan y su maldita costumbre de no dejar nunca nada a medias. Al menos por un momento conté con el consuelo de que todo se solucionaría con unos cuantos huesos rotos, un ojo a la funerala y una cara visita al dentista… hasta que mi ex compañero de los Lunas de Sangre se percató de la presencia de Rengoku.

Si al menos se hubiera achantado, si al menos hubiera apartado la mirada tras unos segundos, tal vez, solo tal vez no se hubiera convertido en la diana en la cual posiblemente se enfocaría a partir de ahora. Hakuji era del tipo de persona que se alimenta del terror que infunde en sus víctimas, pero si una de ellas no se deja avasallar, directamente pasa a convertirse en un nuevo trofeo a conseguir.

Por eso y por la manera que tuvo de dirigirse a él –no tan distinta de la mía en un principio– fue que no me lo pensé dos veces antes de salir en su defensa. Sus cejas se arquearon de forma burlona haciendo que me diera cuenta de que la había acabado de cagar muy feo. No solo le había demostrado que me importaba si no que le había servido su nombre en bandeja.

«Gracias por darme un nuevo juguete con el que entretenerme» parecían decir sus ojos.

—Como sea, por la cuenta que te trae, procura no dejar tirado a Muzan —dijo al final enarbolando una sonrisa inocente que apestaba a kilómetros antes de dar media vuelta e irse.

Mientras Kyojuro trataba de asimilar lo que había acabado de pasar, yo me dejé caer sin fuerzas en la silla y me pasé las manos por la cara y el pelo sintiendo como una opresiva bola de ansiedad me subía por el esófago hasta instalarse en mi garganta.
—¿Quién es? —preguntó Rengoku apoyándose sobre la mesa.
—Mejor si no lo sabes —contesté sacando con mano temblorosa mi cartera para pagar nuestras bebidas.
La mano del chico de cabellos ígneos se posó en la mía impidiéndome sacar el dinero.
—Mejor si no lo sé no, Uzui estás pálido… —alcé la cabeza y la mirada que le dirigí bastó para hacerlo callar.
—Antes pensaba que eras un ingenuo, pero es que ahora me doy cuenta de que no eres capaz de ver el peligro ni tan siquiera teniéndolo delante de tus narices —aparté su mano de la mía con un movimiento brusco y me levanté para ir a pagar.

Furioso conmigo mismo salí de la cafetería esperando que dejara las cosas estar, que simplemente se fuera para su casa y se alejara de mí, pero lo escuché acercándose a mi corriendo y me agarró del antebrazo obligándome a mirarlo a los ojos.
—¡¿Se puede saber qué te pasa?! —me preguntó.
—Lo que me pasa es que no te das cuenta de que lo mejor para ti es que estés lo más alejado posible de mí. Por si no lo recuerdas estuviste ingresado en un puto hospital por mi culpa y como si fueras un masoquista no haces más que venir detrás de mí —repliqué cruzando los brazos sobre el pecho.
—¡Si hago lo que hago es porque tengo una mínima esperanza de que podamos llegar, algún día, a llevarnos bien! —me gritó— ¡Pero eres tan cobarde que hasta tienes miedo de las personas que te quieren echar una mano!

Aquellas palabras impactaron de tal manera en mí que me dejaron sin aliento, exactamente igual que si me hubiera propinado un puñetazo justo en el centro del pecho. Para intentar que no se diera cuenta del efecto que habían causado lo que había acabado de decir, solté una carcajada que desgarró mi garganta como si hubiera tragado cristales rotos.
—¡¿Llevarnos bien tú y yo?! ¡Mira Kyojuro, no te emociones tanto porque fuera a verte al hospital! Recuerda que sólo fui una vez y fue por pena y porque mis padres me estuvieron dando el coñazo, de lo contrario te aseguro que me hubiera quedado en casa tan a gusto…. —Rengoku acortó la distancia que nos separaba de un paso y con toda la furia que podía contener un cuerpo tan pequeño como el suyo en comparación con el mío, me propinó tal rodillazo en la entrepierna que el dolor me subió hasta la cabeza como un relámpago haciendo que me doblase hacia delante con las manos entre mis piernas como si de ése modo consiguiera mitigarlo mínimamente e intentando no vomitar hasta el alma.
Ése demonio se acuclilló justo delante de mí y con el semblante totalmente inexpresivo me dijo:
—Espero que con esto todo atisbo de compasión que puedas sentir hacia mí desaparezca, Uzui Tengen —y dicho esto se irguió para girar sobre sus talones y alejarse.

Mientras lo veía hacerse cada vez más pequeño en la lejanía, lo maldije en todos los idiomas conocidos, pero también me di cuenta de que no hay mal que por bien no venga; con un poco de suerte, si lo alejaba lo suficiente de mí, Hakuji interpretaría que Rengoku no tenía más importancia que cualquier otra persona y perdería todo el interés en él.

Tinta y Fuego (Libro I).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora