Capítulo 4.

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Febrero 14 - Día 29

Hay una diferencia entre saber y entender. Sabía que Valentina estaba muriendo, sabía que desde hace mucho tiempo ella dejaría de vivir y que cada momento que pasaba estaba un poco más lejos de mí, pero no lo había entendido... hasta esa noche.

Su habitación que normalmente era iluminada por la lámpara que había en la cabecera de su cama, no estaba, estaba a oscuras, la única luz era la que entraba por la puerta. A través de las cortinas pude ver la silueta de su cuerpo envuelto en una manta azul entre la penumbra.

Cuando pasé cautelosamente por la puerta, una enfermera que reconocí vagamente salió por detrás de la cortina, con una sonrisa en su cara cuando me vio.

—Encantada de verla, señorita Valdés —susurró, escribiendo algo rápido en su carpeta y señaló a Valentina—. Ha tenido dolor de cabeza toda la mañana, ha sido uno muy fuerte, así que no sé si ella querrá compañía.

Dio un paso atrás, hacia el lugar donde se encontraba Valentina y su voz adquirió un tono tranquilizador.

—Valentina, tienes un visitante, ¿te parece bien?

Hubo una larga pausa de silencio antes de que ella dejara escapar un «sí» tan silencioso que apenas era audible. Ella me dio guiño antes de que se fuera.

—Solo trate de estar tranquila. Está muy sensible a la luz y al ruido. Y asegúrese de cerrar la cortina después de entrar.

Dejé que se fuera y entré en el pequeño lugar, cerrando la cortina detrás de mí y puse mi bolsa en el suelo. A medida que me fui acercando, mis ojos comenzaron a trazar las líneas de su rostro, sus labios, su nariz, todo entre las sombras. En la penumbra, ella se veía como una especie de ángel y me dije a mí misma que Valentina era demasiado hermosa para este mundo.

Mirarla era extraño. Ella me enredó en mi interior. Pude sentir un sentimiento extraño que recorría mis órganos. Me quité mi chaqueta y enfoqué mis ojos en el suelo, sintiéndome avergonzada por una razón que no pude identificar.

Había extrañado a Valentina la semana pasada, la extrañé durante mis otras actividades, la extrañé durante las alegres cenas con Guillermo, y también en las noches en que Rebeca nos llevaba con ella a sus noches de juerga. Es seguro decir que siempre la echaba de menos, que de alguna manera se había colado en mis huesos.

Busqué mi silla, pero no estaba en el mismo lugar de siempre.

Colgué mi chaqueta en el poste de la cama y fui a sentarme en el suelo, era incapaz de dejar a Valentina fuera de mi vista, pero sabía que no podía estar de pie a su lado toda la hora. Ella tenía una mano afuera de la cama, sus dedos largos deslizándose lentamente como si estuviera buscando algo de dónde agarrarse. Antes de que pudiera pensar en mis movimientos, dejé que mi mano tomara la suya y ella se tensó con el contacto de nuestras manos rozándose, pero antes de entrelazar nuestros dedos, ella apretó mi mano, su agarre era fuerte y desesperado.

—Juls. —Respiró como si al hablar le causara dolor.

—Valentina, no tienes que hablar, está bien —le respondí, colocándome de rodillas.

Ella no dijo nada durante un largo rato, y finalmente, susurró un «Ven».

Me levanté lentamente, dejando que sus dedos se separaran de los míos mientras caminaba alrededor de la cama. Me senté en el colchón tan cuidadosamente como pude. Valentina abrió sus ojos y parpadeó unas cuantas veces antes de encontrar mi mirada, con sus ojos vidriosos y llenos de dolor. Me preguntaba si era por el dolor de cabeza, o por algo completamente distinto. Extendí mi mano casi involuntariamente, para encontrar su mejilla, acariciando su pálida piel.

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