Capítulo 13.

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Febrero 28 - Día 43

Antes de nuestra siguiente cita, le envié seis mensajes. No me respondió ninguno.

11:42 a. m. — Juliana

Perdón por lo que hice, ¿podemos hacer como que nunca pasó?

5:43 p. m. — Juliana

Por favor responde, sé que estás molesta, pero necesitamos hablar sobre esto.

2:34 p. m. — Juliana

Aunque sea avísame si te están llegando mis mensajes, al menos quiero que sepas que lo siento.

3:36 p. m. — Juliana

Lo siento mucho.

1:57 a. m. — Juliana

Te necesito.

1:59 a. m. — Juliana

No me voy a disculpar por ese último mensaje.

...

Esa noche caminar por el hospital hasta la habitación de Valentina fue fácilmente una de las cosas más aterradoras que había hecho en mi vida. Podía sentir mi pulso en mis oídos, mis manos temblaban, no importaba lo que hiciera por calmarme mis manos, seguían temblando.

Esa tarde me había pasado una hora en mi clóset buscando algo para ponerme, al final terminé escogiendo unos pantalones blancos ajustados y un suéter azul nada espectacular, que por el momento coincidía muy bien con mi visión general de la vida.

Mis converse rojos resbalaban un poco en el suelo, tenía agarrada la correa de mi bolso con mis dedos mientras caminaba por el pasillo. No tenía ni idea de lo que me iba a encontrar en el otro lado de la puerta. Algo en mí me decía que me diera la vuelta y regresara a casa, pero fui vencida por mí misma. Había pasado tres noches sin dormir pensando en sus ojos azules y en sus labios rosas.

Yo estaba hecha un desastre, el cáncer y la falta de sueño habían dibujado sombras púrpuras debajo de mis ojos, haciendo que mis pensamientos se fueran nadando hacia algún lugar lejano. Guillermo me ayudaba en lo que podía, Rebeca también comenzó a ayudarme una vez que le dijimos, pero necesitaba a Valentina. Necesitaba a la única persona que yo sabía que cuando tomara mi mano, todo se sentiría mejor y tal vez ya la había perdido por mis acciones.

Me quedé a dos pasos de su puerta durante un largo rato, estaba esperando en la incertidumbre. De pronto, una voz que no logré identificar provino desde el interior, era una voz femenina y algo gruesa. ¿Tal vez era su mamá?

Respiré profundamente dando unos últimos pasos para cruzar la puerta y al entrar a la habitación, contemplé lo que estaba ocurriendo con temor.

Era como si enero hubiera regresado.

Valentina estaba con sus sábanas hasta su cintura, su laptop entre sus piernas y su cabeza entre una pila de almohadas. No me notó al principio, tenía sus ojos en la mujer, pero no la estaba mirando realmente. Ella le estaba diciendo algo con un cierto tono de alegría en su voz, pero ella solo se limitaba a mirarla sin decir nada, había un vacío en su mirada que dolía más de lo que debería.

Ella se volteó y cuando me miró, su rostro se iluminó.

—¡Hola! ¿Eres alguna amiga de Valentina? Soy Caroline, su nueva terapeuta.

Si pudiera comparar lo que sentía con algo, sería como ser golpeando en el estómago muy fuerte. Parecía que el aire dejó de pasar por mis pulmones dejándome débil y sin aliento, por un momento, pensé que mis rodillas no me sostendrían y terminaría cayéndome. Después de un largo rato, finalmente pude hablar.

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