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Un tiempo indefinido antes...

(Es que una pierde la cuenta con esto de los viajes en el tiempo, qué queréis que os diga, muy interesantes pero pelín caóticos para la vida)

(Piis yi quirríi viijir in il tiimpi... Pues todo para vosotras, vamos. Yo en este momento preferiría tomarme una sopita caliente en el sofá, la verdad)


Suena el puto despertador. Qué mierda. ¿Por qué no puedo ser rica? Así podría decirle al mayordomo que me trajera al profesor a la cama y no tendría que moverme de aquí en toda la mañana. Bueno, vale, sonaría muy raro que pidiera un profesor para traerlo a la cama, sí. En realidad me refería a que viniera a darme clases sin salir de la cama. Es decir, que yo desde la cama y él frente a mí... O a un lado...

Sigue sonando mal y además no estoy pensando como una niña rica.

Alguien rico de verdad pagaría algo de dinero para que le aprobaran este último curso de mierda que me queda en el instituto antes de ir a la universidad. Por lo menos queda ya poco para terminarlo. En realidad eso de pagar para aprobar ya lo hacen. Stephanie Keisser, la hija del magnate de las Torres Keisser, no tiene que ir a clase desde hace dos años. Que es por su seguridad, dicen. Y ahí está ella, en su puñetera casa, tomando el sol al lado de la piscina mientras sus exámenes ya están calificados con sobresaliente. Eso hace el dinero, señoras y señores. Mientras tanto yo sigo aquí, en una casa desvencijada en mitad de Dundee —el de Estados Unidos, no el de Escocia; que ojalá—, teniendo que despertarme con un aparato que está reparado con celo por todas partes y teniendo que arreglarme a toda prisaz porque las clases empiezan en media hora.

Me gusta el riesgo.

Me tiro de la cama, me visto, voy a ducharme y me pregunto un día más por qué me visto antes de ir a ducharme. Me ducho pensando que soy gilipollas y bajo acto seguido las escaleras para ir a desayunar. A mitad de camino me doy cuenta de que no me he vuelto a vestir y subo corriendo a hacerlo —vestirme, joder, dejad de encontrar el doble sentido a todo, que todavía no hemos llegado a esa parte— a gran velocidad; al final no llego a clase, verás tú.

Al llegar a la cocina, vestida y aseada, veo a mi madre posando en la mesa todo tipo de platos de comida, como si fuera a venir a desayunar un regimiento. Se limpia las manos en el delantal manchado aquí y allá de harina y se sienta a un lado de la mesa, agotada.

—Mamá, ¿cuántos vamos a ser hoy? —le pregunto sentándome junto a ella.

—Quería hacer algo especial —me explica casi sin aliento—. El otro día en el chat del grupo de lectura me preguntaron si yo preparaba este tipo de desayunos y me pidieron una foto para... —se da cuenta de que estoy a punto de coger un pequeño bollo de uno de los platos y aparta mi mano con la suya a la velocidad de la luz—. Espérate, que tengo que hacer fotos, insensata.

—Pero mamá, ¡llegaré tarde!

Mi madre, móvil en mano, gira la cámara hacia mí con entusiasmo.

—¿Podrías repetir eso de pie mientras coges algo de la mesa y te vas?

—¿Cómo?

—Sí, ya sabes, como esas típicas películas americanas que...

—Pero mamá... —me quejo de nuevo.

—Y date prisa porque se va a acabar estropeando toda esta comida. Tengo que guardarla en tuppers; vamos a tener desayunos para una semana por lo menos.

Sigue haciendo fotos a la espera de que me levante y haga lo que me dice.

—Ese club de lectura no sé si ha sido buena idea —le digo, levantándome con un hambre voraz.

—Es lo mejor que me ha pasado en la vida —responde ella, acercándose al plato de las tortitas y haciéndole una foto a la parte en donde no se ve que están bastante chamuscadas—. Desde que tu padre murió en el frente y tu hermano se fue a vengarse...

—Mamá, que papá tuvo un accidente y Tommy se fue a Vandersea a trabajar de vendedor de seguros.

—Le atropelló el camión de la basura ahí, frente a nuestra casa —me reprocha, señalando en dirección a la puerta principal—. Eso es casi lo mismo que he dicho yo. Y una mierda además, lo mires por donde lo mires. Y el pueblo al que ha ido tu hermano sabes que no soy capaz de aprendérmelo. ¿No podía irse a un Springfield normal y corriente?

Meneo la cabeza, sabiendo que es misión imposible hacerle entrar en razón.

—Tus amigas del club de lectura tienen que alucinar con la vida que les pintas —le digo, robándole por fin unos pequeños croissants de una esquina de la mesa.

—Qué va, ellas piensan que todo eso es llevar una vida normal aquí en Estados Unidos. A la italiana le hemos pedido fotos del cappuccino que se toma al llegar a casa y a la francesa una de su cena de picoteo en una terraza con vistas a la Torre Eiffel —sigue explicándome sin dejar de hacer fotos desde distintos ángulos—. La española sin embargo está tardando más de la cuenta en mandarnos una foto con un vestido de flamenca mientras come pan con tomate y unas lonchas de jamón. Internet es maravilloso, ¿no crees? —y me ve ya en la puerta poniéndome la mochila en un hombro—. ¿Ya te vas?

—Te dije que no tenía mucho tiempo; ya comeré algo de camino al insti.

—Ay, hija, como quieras, no pasa nada —empieza a decir mientras me graba con una mano y fuera de cámara guarda las cosas en tuppers con la otra—. Qué le vamos a hacer; algún día conseguiré que quieras desayunar con tu pobre madre, ya vieja y sola...

—Pero si tienes cuarenta y te pasas el día con tus amigas y los novios que conoces por internet —le replico casi en la puerta—. ¿No me ibas a presentar hoy precisamente al nuevo amor de tu vida?

—¡Ahora voy a tener que editar el sonido del vídeo por tu culpa! —escucho que dice desde la cocina mientras salgo de casa riéndome por su frustración.

Y claro, veo pasar delante de mis narices el autobús amarillo que tendría que llevarme al colegio. Maldita sea... Yo siempre tarde.

—¡Lindsay! —escucho que me dice Zoe saliendo de la casa de la izquierda—. ¿Nos vamos?

Ah, cierto, que no voy al colegio, voy al instituto y jamás he cogido el bus porque vivo al lado.

Esto es culpa del club de lectura de mi madre; estoy segura. 

Cómo Logras Ignorarle Cuando Héroes Existen (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora