VII

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—Es que ya no lo quiero —le repito, dando unos pasos hacia atrás.

—Te pertenece —me reitera Edward, avanzando hacia mí.

—Ni se te ocurra acercarme eso porque vomito, te lo advierto.

Intento hablar todo lo bajo que puedo para que no nos escuchen desde la planta de abajo. Hemos llegado hace un momento a mi casa y en el salón están mi madre, Timmy y su padre haciendo cosas de familia, como si lo fuéramos desde hace años.

Si existe el instalove, está claro que aquí hay un instafamily de flipar.

—No seas cría —me dice ya enfadado—. Coge el puto colgante porque hay un motivo por el que tú lo encontraste.

—¡Hace un rato dijiste que era peligroso y ahora me lo quieres devolver, después de que te lo guardaste literalmente dentro de la mano!

—¡Te lo he lavado!

—¡Con tu puta saliva!

—Joder, qué exquisita saliste, Lindsay —se queja, mirando otra vez aquel colgante de color indefinido desde que lo tiene él.

—¡Exquisita dices! O me lo lavas con lejía o yo eso no vuelvo a tocarlo en la puta vida, ya te voy avisando —y mis amenazas parecen hacerle gracia porque comienza a sonreír—. ¿Qué pasa? —señala mi cuello con sus ojos y luego vuelve a mirarme a los míos. Me llevo la mano al cuello de forma automática y me da una arcada al comprobar que lo llevo puesto—. ¡Cómo coño has hecho esto! —le grito, empezando a correr por toda la habitación—. ¡Quítamelo! ¡Quítamelo!

—Me muevo rápido, Lindsay, ya lo sabes. Te lo he puesto sin que te hayas dado cuenta siquiera —y por cómo se ríe, creo que está divirtiéndose al verme así de desesperada.

—¡Eres un gilipollas! —le sigo gritando, deteniéndome un segundo para coger aire.

Consigo aguantar las ganas de vomitar y me quito aquel colgante con restos de sangre y saliva del imbécil de Edward. En cuanto lo hago, voy a lanzarlo encima de mi cama pero algo me detiene. Aquella bolita empieza a brillar por unos segundos y cuanto más lo alejo de mí, menos brilla.

—Es interesante —dice Edward, que parece que también se ha dado cuenta de ello—. Creo que tenemos que ir a hacer una visita a alguna brutífica...

—¿A una qué?

—Una bruja científica —me explica, guardándose el colgante en el bolsillo—. Porque seguro que ella...

—¿Quién es el que le pone nombre a estas cosas? Por el amor de dios, despedidle.

Mi comentario le silencia durante unos larguísimos dos segundos en los que me clava la mirada y parece que me va a clavar también los dientes.

¡Los dientes! Me apuesto lo que sea a que en vuestra sucia mente estabais pensando otra cosa.

—Hay una no muy lejos de aquí —prosigue hablando, cogiendo ahora la cadena del colgante por donde la seguía sujetando yo—. Podemos ir en un momento y...

—¡Chicos, bajad a cenar! —escuchamos a mi madre gritar desde abajo.

—Y que nos diga si esto es peligroso para ti o... —prosigue diciendo, como si mi madre no hubiera hablado.

—Mi madre ha dicho...

—La he escuchado mejor que tú, Lindsay, pero esto es más importante.

—Pues no parece que hayas oído bien que nos ha llamado para cenar.

Cómo Logras Ignorarle Cuando Héroes Existen (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora