Introducción

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El silencio del gentío parece intensificar más las luces que tintinean y bailan al son de la leve música que todavía suena en la inmensa sala. Es un momento crucial, de eso no cabe duda. En un instante la vida de alguien va a cambiar totalmente. Será la diferencia entre triunfar o fracasar a partir de ahora, entre tener una responsabilidad en la vida o llevar tu existencia por derroteros que nada tendrán que ver con lo que la gente espera de ti. Es un segundo nada más pero decisivo. Puede que no sea siquiera un segundo. Puede que dure una milésima de segundo. Sí, será eso, una milésima, una exhalación, un tomar aire y ya todo estará decidido. Nada puede hacerse, no más de lo que ya se ha hecho hasta ahora. Ha sido un difícil camino y muchos se han quedado en él, sin ninguna posibilidad, literalmente. Aquí y ahora va a decidirse si las cosas las hemos hecho bien o, por el contrario, todo volverá a empezar, la rueda seguirá girando y el esfuerzo sobrehumano no se verá recompensado.

Porque ahora mismo el destino de la humanidad podría decirse que depende de este momento.

—Damas y caballeros —escuchamos hablar al director Thomas Harrison—, me complace desvelar por fin sus nombres.

Vuelve a pausar sus palabras y creo que me va a dar un infarto al final.

—¡Pero acabe de una vez, señor Harrison! —le grita Zoe a mi lado, haciendo reír por unos instantes a todo el mundo.

El director agita la mano hacia ella, intentando no reírse.

—Muy bien, muy bien; qué impaciencia tiene esta juventud de hoy en día —se queja él, volviendo a fijar la vista en una gruesa cuerda que sostiene en la sudada mano derecha del director.

Y no he añadido el adjetivo sudada como quien da vueltas y más vueltas a un mismo concepto para redactar un trabajo de clase en el que te piden mil palabras y a ti no se te ocurren más que doscientas. No, no es por eso. Es que sé que le sudan las manos. ¿Cómo lo sé? Digamos que no quiero que a partir de hoy vuelva a suceder el motivo por el que lo sé.

El director por fin tira de aquella cuerda dorada y una gran lona cae desde el techo, mostrando dos nombres, uno de chico y otro de chica. Yo me quedo cual imbécil juntando letra a letra cada una de esas palabras, de barroca caligrafía y adornadas con purpurina, como si jamás hubiera aprendido a leer.

—¡Lindsay! —grita Zoe una vez más a mi lado, abrazándome con fuerza—. ¡Sabía que lo conseguirías! —y empieza a empujarme hacia el escenario, intentando que me mueva de una vez.

No puede ser. ¿Es mi nombre el que acaba de aparecer ahí? ¿En serio? La gente me felicita de camino al escenario. Yo no soy capaz de devolver los saludos siquiera; estoy centrada en respirar pausadamente para no hiperventilar y caerme desmayada antes del momento crucial que voy a vivir porque eso tendría consecuencias horribles que no quiero ni imaginar.

Y ahí está ya él. Ha subido al escenario antes que yo y se seca la mano que acaba de darle al director, haciendo una breve mueca de asco antes de verme aparecer a mí. Se acerca a las escaleras por donde tengo que subir y baja un par de escalones de los cuatro que hay, extendiendo la mano hacia la mía para ayudarme a subir.

¿Esto significa que lo hemos conseguido? ¿Ya está? ¿Era esto lo que había que hacer? Es que os juro que hay algo que me dice que justo en este momento van a aparecer unos tenebrosos vampiros o una panda de zombies entre el público para aguarnos la fiesta. Pero nadie parece ser sospechoso. No, eso no va a pasar. Esta es la señal que esperábamos y ha sucedido. Esto significa que el mundo vuelve a tener un futuro luminoso y puede dejar atrás aquella aterradora oscuridad.

Porque él y yo acabamos de ser elegidos reina y rey del baile de nuestra promoción.

—Está hecho —me susurra el ahora rey en cuanto piso el escenario, dándome un beso en la mejilla que todos jalean con entusiasmo.

Cómo Logras Ignorarle Cuando Héroes Existen (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora