III

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—¡Mamá, he llegado!

Busco el sonido de su voz por la planta baja hasta llegar al salón, en donde descubro que mi madre no está sola ni mucho menos. Sí, me tenía que presentar al que dice que es el nuevo amor de su vida, como ya ha tenido unos cuantos antes que él, pero no me esperaba que fuera a venir con... Él.

¿Esto es una broma de mal gusto?

—¡Cariño! —exclama mi madre al verme en el umbral de la puerta del salón sin atreverme a dar un paso más—. Ven, acércate, que voy a presentarte.

Ni siquiera me fijo en el hombre que está sentado junto a ella. Mis ojos se clavan en Edward Kingston, que ni siquiera ha levantado la vista de su taza aunque sepa que he llegado. El muy idiota está invadiendo mi espacio, mi casa, y ni se inmuta.

—Mamá, Dundee es pequeño, conozco a Charles Kingston desde pequeña —le recuerdo y saludo con una sonrisa a aquel hombre de mirada bonachona y canas en el pelo, que me devuelve el saludo con otra sonrisa.

—¿Y a su hijo? —insiste ella, con ganas de presentarme a alguien, a quien sea, pero no quedarse con las ganas.

—Vamos al único instituto del pueblo —le contesto sin mirarle.

—Entonces os llevaréis bien —simplifica mi madre, no sé por qué.

—Claro, el instituto es el lugar indicado para llevarte bien con la gente —respondo.

Pero ella ni se inmuta; como si oye llover.

—Pue estábamos aquí charlando desde hace unos minutos y haciendo planes para estos días —me cuenta ella—. La ex de Charles va a traer a su hijo pequeño de un momento a otro y habíamos pensado que os lo llevarais esta tarde a la feria.

—¿Quién? —pregunto, temiéndome lo peor.

—Eddie y tú —me aclara mi madre, como si fuera obvio.

Que lo es, pero tenía una pequeña esperanza que acaba de romperme en toda la cara.

Edward Kingston sigue sin levantar la vista de su taza, que agarra con ambas manos como si contuviera oro líquido y temiera derramarlo. Su pelo rubio brilla con la luz que se cuela por la gran ventana del salón. No le veo los ojos ahora mismo pero ya os aviso que sí, los tiene azules. Y es muy musculoso. Y muy engreído. Y tiene unos marcadísimos abdominales. Y está siempre de risas con sus amigotes, diciendo tonterías. Y su sonrisa te deja con la boca abierta.

Y mierda, me está mirando de reojo.

Trato de aparentar que me da igual. Bueno, que es que me da igual que me mire ese imbécil.

—Yo voy a estar ocupada, mamá.

—¿Qué vas a hacer?

—Ehm...

—Dime —insiste ella.

Me rindo.

—Ir a la feria con las...

—Perfecto —me corta—. Os lo lleváis y así Charles y yo podemos hacer planes.

Qué mal ha sonado eso y qué cringe me ha dado verlos sonreírse de aquella forma. Mientras nuestros padres están en su mundo, Edward me mira y estoy segura de que siente lo mismo que yo: asco. Le hago un gesto con los dedos, señalando mis ojos y luego a él de forma intermitente. Él comprende y chasquea la lengua, volviendo a centrarse en su taza con petróleo dentro.

A lo mejor si le vomito dentro de su puñetera taza, siente asco con motivos.

Suena la puerta principal y mi madre vuelve en sí por fin.

Cómo Logras Ignorarle Cuando Héroes Existen (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora