001

2.2K 193 241
                                    

A sus treinta y tres años, Yeonjun ya estaba aburrido de la vida.

Estaba insatisfecho con su trabajo de editor, el mismo que había tenido por años. No lo estimulaba, no le daba nuevos retos y no le dejaba crecer. Siempre le dejaban las historias más pesadas, siempre se veía obligado a amanecerse revisando escritos plagados de incoherencias y siempre tenía que ser el villano que le anunciaba a miles de aspirantes a literatos que estaban destinados a la miseria, como él.

En su afán por hallar una alternativa, esos últimos meses había estado aplicando a diferentes puestos de trabajo que valoraran su licenciado y maestría en literatura, desde investigador hasta profesor, cualquier posición que pudiese extraerlo del agotador entorno en la editorial. Sin embargo, no lo habían llamado de vuelta para darle buenas noticias, ni siquiera aquellos a los que llegaba hasta las entrevistas finales. Al parecer, trabajar siete años para la misma empresa no era una ventaja en su currículum.

Ser editor le resultaba insoportable hasta el punto de burnout, pero debía aguantarlo, porque no recibía ninguna otra oferta laboral y tenía que cubrir la renta a fin de mes.

Sabía que podía dar más. No estaba destinado a sufrir para levantarse por las mañanas para ir a una oficina donde debía corregir errores gramaticales y aplastar los sueños de colegas literatos. No lo llenaba, porque simplemente no era su vocación.

Antaño, solía ser un jovencito insaciable por el conocimiento, apasionado por la literatura y enfocado en su carrera. Se dedicaba días y noches a proyectos ambiciosos, sean novelas, poemas, guiones, críticas o ensayos, todos con una saturada infusión de su huella personal. Leía, investigaba, escribía, editaba y repetía todo de nuevo, olvidando la existencia del resto del mundo e incluso sus propias necesidades básicas, porque lo más importante era perfeccionar cada uno de los párrafos que presentaba a sus maestros o que dedicaba a su proyecto de pasión.

Desde que salió de la universidad al mundo real, sin embargo, se vio duramente decepcionado. Rechazo tras rechazo de editorial tras editorial, eventualmente dejó de esforzarse por conseguir una publicación, porque parecía que, por mucho que lo intentara, nada sería lo suficientemente bueno como para ameritar difusión masiva. Sumado a eso, su entonces novio terminó con él, por considerar que había dejado de ser lo suficientemente bueno para él y su puesto de analista financiero.

El golpe a su frágil autoestima lo llevó a tener problemas en el trabajo que había obtenido por recomendación de sus profesores, como asistente guionista para una película taquillera. En vez de producir un guión coherente en colaboración con sus superiores, como había hecho el primer mes, desde la ruptura y los rechazos, solo proponía ajustes irrelevantes y complicaba la historia. Como un experto en el autosabotaje en una industria veloz, logró que no renovaran su contrato.

Descorazonado, decidió unirse a su enemigo y trabajar para una editorial. Allí, se enteró que no solo sus novelas eran terribles, sino que eran peores que algunas con imprecisiones históricas y contextuales, otras cuyos diálogos parecían sacados de una telenovela y otras que eran básicamente fanfiction glorificado. Un lado suyo quería creer que se debía a que esos títulos vendían, precisamente lo que la editorial buscaba, pero el otro lado creía que simplemente era pésimo escritor y que sus profesores le mintieron durante toda su vida universitaria.

Durante los siguientes años, la pasó simultáneamente aprendiendo los trucos de la saturada industria y siguiendo a los escritores publicados. Los envidiaba, sí, pero también era capaz de dejar su ego de lado y hacer apuntes sobre los caminos que tomaban para sobresalir. Tomaba esos apuntes y los aplicaba a sus propias obras, en las que trabajaba en sus tiempos libres, buscando ajustarlas al balance perfecto entre autenticidad, comerciabilidad y uso apropiado de figuras literarias...

st. geneviève ; yeongyuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora