Distancia

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El reloj sonaba en su tic tac, era lo único que se podía escuchar. El viento de la noche era helado, los buñuelos de la mesa ya estaban fríos y la nube encima de la mujer no ayudaba a mejorar la situación.

Miraron nuevamente las manecillas del molesto reloj, notando que ya eran pasadas las 2 de la mañana, impacientando a las dos mujeres en la mesa, cuyas manos se hallaban juntas frente a sus rostros, preocupadas, cansadas, nerviosas.

Su hermano aun no había llegado.

Habían notado el aumento de noches de bebida de Bruno, pero no fue hasta varias semanas después que notaron que había estado peleándose con los hombres de la guarapearía, se habían enterado porque las galletas de reserva se terminaban y según las hormigas con las que hablaba Antonio, las migajas siempre se encontraban cerca de la habitación de Mirabel o de Bruno.

Nuevamente, ambos habían ocultado el secreto del otro.

Desde entonces ambas mujeres esperaban a su hermano cada noche sin falta para auxiliarlo, rogándole entre lágrimas que parara de destruirse de esa manera, pero él simplemente hacia oídos sordos, perdido en su propia miseria, respondiendo con un simple "No tienen que preocuparse, yo siempre estaré bien".

No, no lo estaba.

No lo admitiría en voz alta, pero encontraba algo de consuelo, algo de redención cuando golpeaba a esos malnacidos que no paraban de hablar de su amada sobrina, los odiaba, los odiaba porque durante años intentó ponerse en los zapatos de quienes lo rechazaban por su don pensando en él como el malo de la historia, pero con Mirabel era diferente, porque ella se desvivía por ese maldito pueblo y todos ellos le pagaban faltándole el respeto a sus espaldas.

Cada golpe que daba o recibía, lo dejaba ver esa hermosa sonrisa de la que se enamoró, era como si en cámara lenta viera brillar cada una de las virtudes que ella tenía, las que tanto amaba, a las que le tenía devoción. Pero ahí estaba, un último golpe a su rostro y lo que vio no fue a su amada sobrina sino el rostro preocupado de sus dos hermanas, quienes rápidamente lo alimentaron con el duro y frio alimento para luego entre las dos cargarlo hasta su cuarto lleno de arena.

Ahora odiaba su cuarto aún más que antes, porque en él se encontraban muchos momentos hermosos que vivió con su sobrina; como aquella vez que ella le bordó con pequeñas ratas su ruana, o la vez que hicieron infantilmente castillos de arena.

Oh, tanto hermosamente dolorosos recuerdos.

Cuando menos desconectados estaba de su mente, pudo percibir una última vez a sus hermanas antes de caer rendido en su cama, escuchando casi en un susurro la voz preocupada de Julieta y el llanto de Pepa.

—Se quiere matar.

Esas fueron las últimas palabras de Julieta antes de llorar junto a su hermana, sin saber que detrás de la cortina de arena, una tercera mujer lloraba silenciosamente.

...

"Adultera"

"Fornicadora"

"Promiscua"

Esos eran algunos de los nombres por los que era llamada, al menos los que lograba escuchar tenuemente, porque su prima hace ya mucho había dejado de informarle sobre los comentarios más agresivos por el bien de su embarazo y autoestima. Mirabel lo soportaba con gracia, con la frente en alto, incluso no necesitaba hacer nada contra quienes la injuriaban porque su propia familia se encarga de prestarle menos atención a quienes lo hacían limitando así aquel silencioso maltrato, pero eso no significara que cesara.

O que dejara de doler.

La frente en alto siempre, dando su mejor sonrisa como si no le afectara, como si ya no tuviera que lidiar con el dolor del desamor o con los agridulces efectos del embarazo. Mirabel absorbió todas las armas de presencia social que tenía su abuela, cada arma argumentativa, cada acción de superioridad...

Pecadores Imperfectos | MiraBrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora