La expectativa, oh maldita expectativa.
Los Madrigal. El simple nombramiento de aquel pesado apellido hacía que a la mente de cualquier habitante de Encanto se le viniera a la mente un poder inimaginable, algo único, algo sin precedentes. No lo decían abiertamente porque la fe cristiana pesa, pero en lo más profundo de sus corazones aquella familia era como dioses sobre la tierra, enviados para alejarlos de todo el mal que el mundo tenía para ofrecer.
Seres perfectos, inmutables e inflexibles.
Alma Madrigal se encargó durante 50 años de llevar con la frente en alto ese estándar, sin pararse a pensar que con un afilado cuchillo moldeaba piezas en un perfecto engranaje de oro que se convirtió en su comunidad, haciendo re caer en su descendencia el peso de toda una sociedad.
La familia es lo más importante: ese fue el valor que inculcó en todos los niños que crio, creando en ellos un sentimiento de culpa cada vez que deseaban poder ser una persona normal sin preocupaciones, sin dones, sin tareas.
Los hizo pensar que eran felices.
Pero el peso de las expectativas es tan fuerte que incluso la ausencia de ellas duele, eso lo sabía Mirabel más que nadie. Lo supo durante 10 largos años hasta que un día simplemente quiso romper ese molde que había impuesto la matriarca, haciéndola ver por fin los errores que cometió a lo largo de su vida.
Y por un momento, el peso desapareció.
Pero tal como se fue, volvieron.
Durante tres años Mirabel ayudó a cada miembro de su familia explorar sus dones no por el bien de una sociedad, no, sino por el simple placer de la gratificación personal. Ella realmente quería lo mejor para todos y eso lo vio su abuela desde el primer momento en que su imagen iluminó la puerta principal... pero los nuevos moldes hacen expectativas nuevas también.
Ahora que Alma se había ido, Mirabel sintió por primera vez la pesada carga de las expectativas que durante su infancia no recibió, porque desde el momento en que la mujer mayor cerró sus ojos para siempre ella dejó de ser Mirabel Madrigal.
Ella se volvió, el milagro Madrigal.
Tenía solo 18 años, nadie le preguntó si eso era lo que ella quería, nadie se tomó la molestia de verla como una nieta que perdió a su abuela, no, ella se volvió el reemplazo de una figura poderosa, como si fuera la sucesora de un poderoso trono.
Ella no quería ser eso.
Había tantas cosas en ella que eran imperfectas. Ella era torpe, ella era insegura, no era la más atractiva ni mucho menos la más intelectual. Pero, ¿era realmente eso lo que le asustaba a Mirabel? ¿No poder llenar los zapatos de su abuela como la gente esperaba que hiciera? Si y no.
Ella aun lo recuerda, aun recuerdas los mejores tiempos cuando pasaba tiempo con cada uno de sus familiares ayudándolos en ese viaje de descubrimiento, fue en uno de esos viajes personales que se encontró cautivada por la historia de Bruno, su tío, a quien escuchó hablar durante largas conversaciones sobre su (aunque él no lo viera así) trágica vida llena de desprecio y rechazo por todo el mundo.
Mirabel se vio a ella misma en él, vio a un ser extraño que veía el mundo de manera distinta al resto y que por ello era apartado, vio a un compañero único que le sacaba más de una risa y una lagrima, una persona imaginativa con cualidades peculiarmente atractivas.
Entonces, se enamoró.
La conexión fue mutua, pero no menos tortuosa. Mas de una vez se dejaron llevar con besos o abrazos prolongados, se tomaban de la mano y se mandaban poemas. Todo fue perfecto durante ese fantástico sueño.
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Pecadores Imperfectos | MiraBruno
Hayran KurguImagen temporal de portada, la imagen es de @double_blind en Twitter ¿Por cuanto tiempo se puede esconder un secreto? ¿Puede un pecador ser perdonado? ¿Qué pasará con los hermosos frutos de aquel pecado dulce? ¿Serán ellos arrastrados también?