Giros

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Mirabel daba vueltas de un lugar a otro en su ahora casa, pensando una y otra vez en como los eventos se habían desarrollado hasta llegar ahí, en como toda su vida ha sido una presión constante hasta algo realmente malo que estalla y le cambia su mundo por completo. Estaba tan harta de todo, tan harta de tener que pensar en todos como si fuera parte de su propia felicidad cuando a fin de cuentas realmente no era así. Era hora de dejar todo atrás y pensar por completo en ella misma.

La decisión terminó de tomarse cuando por la puerta principal vio entrar a sus tres hijos, quienes se veían realmente y afligidos, pero quien realmente le llamó la atención fue Domingo, quien se encontraba sin parte de su plumaje.

—¡Ay Dios mío, mi bebé, que pasó?!—Con rapidez desesperada abrazó a su niño para consolarlo y poder observar la herida detalladamente. —Te las arrancaron. —Concluyó al ver como la piel debajo del plumaje se hallaba roja e hinchada.

—Fueron los niños de la escuela, parece que ya todos saben quién es nuestro padre y no lo han tomado muy bien—Ángel habló con extraña tranquilidad, la adulta pudo ver un moretón en su mejilla, por suerte su hija parecía intacta, aunque lo más seguro era que se había curado a sí misma en el camino.

—No puedo creer que los niños puedan ser tan crueles, pero esto es mi culpa, lo siento tanto—Quería llorar, por primera vez en muchos años realmente se arrepintió de todo, pero debía ser fuerte por sus hijos.

—Eso no es cierto mami, son ellos, nosotros no hicimos nada a parte de nacer—María al igual que Ángel sonaba sensata, pero muchísimo más triste, cosa que irónicamente ayudaba a sanar las heridas de su hermano recostando su cabeza sobre su plumaje mal herido.

—Yo sí creo que es culpa de ustedes—Los tres miraron a Domingo, quien tenía un rostro serio con la mirada fija en el suelo. —Si tener un padre nos iba a hacer esto entonces ya no...—Antes de que pudiera terminar la frase Ángel le dio un buen golpe en la cabeza, todos lo miraron atónito, ya que el menos violento de los tres siempre fue él.

—Papá ha estado ahí siempre para nosotros. Te enseñó a volar, me protegió de los rumores y mima a María como si fuera la flor más linda del jardín de la tía—Mirabel miraba aterrada la severidad con la que hablaba su hijo—Si la mierda que nos hicieron es lo suficientemente fuerte para hacerte cambiar de opinión tan fácilmente entonces eres el pendejo más grande del mundo.

—¡Ángel Madrigal yo no te eduqué para decir esas palabras y menos a tu hermano! —Lo reprendió, duramente enojada, pero Ángel no se inmutó.

—¡Pero es la verdad mamá, toda mi vida la única persona que he sentido como un padre es el tío Bruno y que Domingo venga a decir esas cosas le romperán el corazón, no quiero que eso pase! —El niño salió corriendo al cuarto de los tres. Domingo no se quedó atrás y en cuento recuperó todo su plumaje salió volando por la puerta de la entrada.

Mirabel se sentó, quitándose los lentes con frustración por toda la situación vivida, intentando comprender a sus dos hijos. María se quedó a su lado, dándole apoyo con un abrazo el cual aceptó. Sin embargo, el momento de reflexión no duró mucho ya que por la puerta llegó Bruno, con sangre y hematomas por todo su cuerpo.

—¡Papi!

—¡Bruno! —Ambas mujeres fueron hacia él, ayudándolo a llegar a la mesa donde lo sentaron. Mirabel buscó toallas limpiar para quitarle la sangre y la pequeña a pesar del ardor de sus ojos hizo lo posible por curar a su padre. —¿Qué pasó? —Preguntó mientras lo limpiaba con cariño.

—Al parecer ya todos saben nuestra situación, sobre todo los imbéciles con los que solía pelearme hace años. Al parecer aún tenía más obscenidades que decirme sobre ti y sobre nosotros—Mirabel no pudo evitar sentirse fatal.

Pecadores Imperfectos | MiraBrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora