Libre

962 105 112
                                    

La mañana era soleada, pero no calurosa. Esa era una de las ventajas de haber construido aquella casa lo suficientemente lejos de Encanto como para tener la privacidad que no le otorgaba el don de Dolores y al tiempo, tener que sobrellevar el humor de Pepa, porque al menos Bruno estaba seguro que más allá de las montañas una nube gris debía estar encima de su hermana desde el momento en que la verdad fue revelada.

Eran tal vez las 8 de la mañana, Bruno había ido temprano a por materiales al pueblo esperando que la noticia no hubiera llegado a oídos de los habitantes, cosa que por suerte no era así. La noche anterior cuando llegaron el adulto y los tres niños durmieron juntos en la cama del lugar (cosa que a pesar de ser incomodo saber que sus tres niños lo abrazaron sin pena le llenó el corazón de alegría), lugar el cual paulatinamente había visitado para mantenerla en buenas condiciones, ya que, a pesar de ser vidente, no necesitaba ver el futuro para saber que tarde o temprano algo como lo que sucedió, pasaría.

Es así que esa mañana luminosa se levantó para empezar la construcción de un nuevo cuarto para ampliar la casa, por suerte estaba ubicada en un llano bastante grande por lo que, si en el futuro era necesario, haría más cuartos. Sin embargo, no esperaba que los niños se ofrecieran a ayudar y aunque realmente quería que ellos se divirtieran mientras él hacia el trabajo pesado, el carácter insistente de la madre seguía estando presente en ellos.

Es así como María se dedicaba a pellizcarse a sí misma para dejar caer gotas en el suelo creando algo de vegetación para adornar los alrededores; Ángel en cambio preparaba la mezcla y Domingo junto con Bruno colocaban los ladrillos en su lugar, haciendo que al menos el trabajo fuera un poco menos duradero.

Eran tal vez las 9 de la mañana cuando notó a los niños cansados por lo que fue a prepararles algunas galletas con mermelada para que pudieran tomar un pequeño respiro de aquella ardua tarea. Los cuatro se sentaron en el frente de la casa observando el camino de tierra que dirigía hacia Encanto.

—Oye—Habló Ángel, quien al igual que sus hermanos aún se encontraban asimilando el rol de padre en Bruno por lo que no se sentían cómodos llamándolo papá, pero al tiempo tampoco se sentía bien llamarlo tío así que evitaban discretamente llamarlo de cualquier forma—Cuando vi en los recuerdos de mamá, me pareció ver que tu fuiste quien nos nombraste, ¿eso es cierto? —Los ojos de María y Domingo se iluminaron.

—¡¿Tu nos nombraste?!—Preguntó con entusiasmo Domingo, seguido de María, el hombre solo asintió.

—Cuando nacieron su mamá me pidió que los nombrara—Se sinceró sin dejar de masticar su merienda.

—¿Y por qué nos pusiste estos nombres? —Interrogó María con curiosidad, Bruno sonrió.

—Me encantaría contarles muchas cosas de esa historia la verdad, pero en resumen, durante meses tuve visiones de ustedes antes de que nacieran por lo que ya tenía una idea de cómo serian sus personalidades, es por eso que los nombré de manera que iría acorde a ustedes: Domingo es tan enérgico como un día festivo, María es un nombre sensible como lo eres tú y Ángel...—Miró a su hijo, quien esperaba la respuestas—Bueno, eso me lo guardo para mí—El pequeño hizo un puchero que casi lo hace reír ya que la forma en la que curveaba su labio hacia abajo con enojo era parecido al que él mismo hacía.

—No sabía que existía esta casa, pero es bonita, parece al cuarto de mamá—Comentó Domingo observando la fachada. —Bruno se acomodó, pues presentía que aquella charla iba a ir para largo.

—La diseñé así, quería que mientras viviera aquí pudiera tener una pequeña parte de ella conmigo—Sonrió con nostalgia, recordando de manera agridulce los meses que vivió en esa casa en su soledad, pero que se mantenía vivo con las cartas de su amada.

Pecadores Imperfectos | MiraBrunoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora