III. Un día de mierda

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Barcelona, 13 de diciembre

Hoy he tenido un día de mierda, lo que en otros países se conoce como jour de merde o giornata di merda . Llovía y me había dejado las botas de agua en casa de mis padres. Cambiaron el horario de clases y tuve que llamar a Gaia para informarles de que debía cambiar el turno. Me olvidé el tupper de comida en la mesa de la cocina, me manché el jersey antes de salir de casa y salí con la sensación de que se me olvidaba algo. Pero no adelantemos acontecimientos. La mañana había empezado mal, entramos a clase y nos explicaron los motivos del cambio repentino. Desde la uni informarían también a nuestras empresas. Un problema menos para mí, aunque ya había avisado —pensé—. Por lo menos, las clases fueron entretenidas. A las 12 habíamos acabado y tenía dos horas para ir a comer y desplazarme hasta la empresa. Cogí el metro que me dejaba más cerca y comí en una pequeña cafetería a diez minutos. No quería empeorar el día, así que fui al trabajo con suficiente tiempo. Al llegar a la puerta, me acordé. La camiseta de Pablo. Me quedé parada en la entrada y el conserje me saludó como siempre. Parece un buen hombre, siempre atento a todo el mundo, así que decidí decírselo.

-Buenas tardes, señorita. ¿Todo bien? ¿Lista para la tarde de trabajo?

-Buenas tardes. Sí, una cosita. Conoce al chico del tercero, Pablo.

-Claro al señorito Pablo. ¿Ha pasado algo?

-No, mire tenía que devolverle una camiseta, pero se me ha olvidado traerla. Podría pasarle el recado cuando pase por aquí, se la daré mañana.

-Pablo me ha pedido expresamente que todos los recados sean comunicados directamente. Está ahora en casa así que puede subir en un momento, si tiene tiempo.

-Gracias. Que pase buena tarde.

-Igualmente, señorita.

Sonreí. Subí a la oficina, firmé y dejé mis cosas. Vi mi lista de tareas por la tarde y tras avisar a mi jefa, salí para ir al tercer piso. Me acordé de su cara y del café en su camiseta. Cuando llegué al tercer piso, la puerta de casa de Pablo se abrió. No sé si llamarlo hado, destino o fatum, pero de allí salió una chica rubia y yo me quedé como una idiota mirando sin poder reaccionar. La chica bajó por las escaleras, Pablo salió a mi encuentro y me dijo algo que no escuché. ¿Por qué me sorprendió tanto? Es algo que todavía no sé explicar. Noté como su mano agarraba mi brazo, me metió dentro de su casa y cerró la puerta.

-La tierra llamando a Blanquita.

Al escuchar ese diminutivo volví de mi enajenación.

-¿Cómo me has llamado? —le dije—

-No importa, ¿has traído mi camiseta?

-¿Esa era tu novia?

-¿Y ese interés, Blanca? Nada de eso, pero si te vas a poner celosa, te digo que sí.

DIOS. Me ponía nerviosa su actitud.

-Venía a decirte que no he podido traer la camiseta, se me ha olvidado en casa. Para que no pienses que te la he robado, quería decirte que mañana pasaré a devolvértela.

-Qué chavala, nunca pensaría eso de ti.

-Nunca se sabe por dónde salen los chicos como tú.

Él se rió.

-¿Quedamos mañana a las 8 y te la doy?

-Puedes venir a desayunar si quieres, tengo leche...

Su mirada se dirigió a su pantalón y solté una carcajada.

-No sé quien te crees chaval.

-Era broma. Lo de desayunar no. Ya que has venido avisarme, qué menos...

-Te lo agradezco.

Me dirigí a la puerta y escuché mi nombre. Me giré y vi a Pablo mirándome.

-No te olvides de la camiseta.

Asentí y cerré la puerta. Estoy empezando a odiarle y no es bueno odiar a alguien que te atrae. Respiré profundamente antes de volver al trabajo.

La tarde fue más tranquila, me instalé en la sala de reuniones y completé el trabajo antes de lo esperado. Alucinaba con la cantidad de peticiones de diseños que recibía Gaia al día. Me asomé a la ventana, había anochecido, volví a pasar mi mirada a la sala antes de volver a mi sitio. ¿Algún día conseguiría tener un sitio así? Ordené la mesa y dejé todo en el escritorio antes de despedirme de Carmen, la recepcionista. Le escribí a Sara para decirle que ya iba para casa. Había parado de llover, así que pensé en llevar algo de picar y fui a cruzar la calle cuando sentí agua caer sobre mí. Fueron unos segundos en los que no entendía que me estaba pasando, pero sí, señoras y señores, el coche había pasado sobre un charco y adivinen a quien le cayó encima. DIOS. Me sequé el pelo con la poca dignidad que me quedaba después de esto y solo quería llegar a casa y dormir. En ese momento pensaba que no podía ir a peor. PERO SÍ. Nunca penséis esto durante un mal día, porque os aseguro que se cumple. Una vez me había intentado quitar todo el agua del pelo y de la ropa, escuchó una risita detrás de mí. Mi mente enseguida reaccionó. Por favor que no sea él, por favor, por favor, por favor. Me di la vuelta y estaba allí, apoyado en el portal con las manos en los bolsillos.

-Te queda mejor así.

Me acerqué y cuando estuve cerca, le hablé.

-¿Qué has dicho?

-Te sienta bien estar mojadita.

Se rió. Menudo flipado.

-¿Te han dado el premio al más gracioso de Barcelona?

Se rió.

-Todavía no. ¿Quieres que te deje seca?

QUÉ HA DICHO????

-¿Perdona?

Se volvió a reír, pasó su lengua por el labio inferior.

-No sé quien te crees, pero conmigo estás muy equivocado.

-Te lo recordaré el día que me lo pidas, Blanquita.

-En tu vida, niñato. Y no me vuelvas a llamar Blanquita.

Saca la mano del bolsillo y me señala la calle.

-Ahí tienes un taxi, está pagado. Hasta mañana.

Me dejó allí plantada. Corrí para subirme al taxi y en ese momento era una mezcla de sentimientos.

La pérdida de la dignidad delante del primer chico de Barcelona que te ha atraído, confirmar que es un auténtico flipado, la conversación y aquellos malditos ojos. Cuando llegué a casa, Sara me esperaba con un té caliente y ropa preparada. Le conté mi día de mierda y le hablé por primera vez de Pablo. Ahora me doy cuenta que es la primera vez que hablo de otro chico después de lo de Rodrigo, así que sí, la vida a veces puede llegar a sorprender, aunque sigan existiendo los días de mierda. 

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Esta noche subiré la portada definitiva de la historia y mañana tendréis otro capítulo nuevo. Espero que os guste <3

S.

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El tercer piso (Pablo Gavi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora