UNO.

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Di un largo bostezo mientras tarareaba y miraba el cielo. Estaba recostada en el césped del patio del conservatorio de música al que asistía, mientras pensaba en varias ideas que rondaban mi mente. Ideas creativas obviamente. Necesitaba crear nuevas canciones, hace semanas que no tenía nada nuevo y eso me mantenía alterada completamente. Bueno, eso y...

—Alex —me llamó Brad, mi mejor amigo.

Lo ignoré por decimoctava vez en los últimos cinco minutos. Estaba molesta con él. El muy imbécil tiene por hobby meterme en problemas para poder zafar de los suyos con chicas. Digamos que mi amigo tiene un problema serio bajando bragas.

—Vamos Alex, deja de ignorarme —rezongó con molestia. Rodé mis ojos irritada —. ¿No te cansas de ser mala con tu mejor amigo?

Me contuve para no golpearlo pensando en un lago lleno de patitos.

—No —respondí en seco y tomé mi cuaderno de escritura para ojearlo una vez más, para ver si conseguía inspiración de alguna frase suelta que dejé escrita por ahí.

—¡Oye, no me merezco esto! —se quejó con indignación. No lo estaba mirando pero ya podía imaginarlo; sus ojos castaños abiertos de par en par con fingido dolor y una mano sobre su corazón.

Resoplando, me senté para poder dedicarle mi mejor mirada asesina. Efectivamente estaba como lo imaginé. Siempre era la misma situación.

—No, definitivamente mereces que te deje estéril, imbécil —mascullé y seguí buscando en mi cuaderno.

Fruncí mi ceño mientras intentaba leer mi ilegible letra. ¿Por qué no puedo tener la letra delicada de Clary, mi hermana? Probablemente podría entender el 70% de las cosas que escribo.

—Ay no seas llorona, no fue para tanto —chilló. Como lo ignoré por unos segundos, intentó quitarme mi cuaderno tan sagrado, pero desistió cuando advirtió de la forma en la que lo estaba mirando.

Tocar mi cuaderno de canciones es sacrilegio, y él más que nadie sabía que aquel que lo tocara estaba destinado a sufrir los duros golpes de mi puño.

Ni fui piri tinti —le hice burla y le quité sus manos de mi cuaderno para guardarlo en mi mochila, ya que, conociendo a Bradley, no me dejaría en paz hasta lograr que dejara de ignorarlo.

—¡Vamos, si no hice nada! —chilló nuevamente fingiendo indignación.

Lo agarré de una de sus orejas y se la tiré. Brad comenzó a lloriquear del dolor.

—A Rachel no le hiciste nada, gracias a Dios no te dejó que la tocaras —mascullé entre dientes mientras seguía tirando de su oreja. —A mí me condenaste la vida amorosa, ¡Otra vez!

Solté su oreja y observé como gimoteaba y a su vez masajeaba su oreja para aliviar su dolor.

—¿Qué vida amorosa? Si ni siquiera tienes citas —se quejó en forma de burla. Entrecerré mis ojos en su dirección.

¿Este chico no aprende, verdad?

—Oh, ¿por qué será? —inquirí con sarcasmo. —Tal vez porque cada vez que se te da por querer deshacerte de una chica, le dices que empezaste a salir conmigo porque siempre estuviste enamorado de mí pero yo no correspondía a tus sentimientos hasta que te vi con ella —uní mis manos, a un lado de mi cabeza, haciendo una pose soñadora, mientras parpadeaba varias veces —. Sabes, tienes demasiada imaginación, deberías escribir novelas de espanto, porque esa historia tuya es espantosa.

—Ya, ya —le quitó importancia con su mano—. Esa historia no tiene la culpa de tu escasa vida amorosa, Alex, no es mi culpa.

—¿Cómo qué no? —mascullé con malhumor—. Si por tu culpa todos los chicos piensan que estoy enamorada de tí, o que soy una loca que no sabe lo que quiere porque siempre hago lo mismo con cada chica con la que estás.

Carry On: Sigue adelante.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora