OCHO.

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Golpeé mi cabeza contra la mesada.

—Alex.

Golpeé nuevamente mi cabeza contra la mesada.

— Alex —Cait volvió a llamarme.

—¿Qué? —gruñí, sin levantar mi cabeza de la mesada.

—Arruinarás el mármol —dijo con tranquilidad.

Mascullé una maldición entre dientes.

—Eh, cuidado con esa boca —agregó al escucharme—. Aaron te escuchará.


—Hazme un favor —murmuré levantando mi cabeza, ignorando por completo su comentario. Hice un puchero con mis labios y le rogué—. Mátame, acaba con mi sufrimiento.

Cait rió.

—Vamos, si solo es el segundo día de ensayo —negó con su cabeza, sonriendo.

Sí, era martes, el segundo día de ensayo.

El día anterior Allen nos hizo ensayar arduamente hasta las cuatro de la tarde, se fue para hacer algo de trabajo y volvió a la noche porque Caitlin lo invitó a cenar. De alguna forma, pensó que era una grandiosa idea que volviéramos a ensayar hasta las tantas de la noche. Y aunque por lo general no paso demasiado tiempo sin estar tocando mi guitarra, tantas horas de ensayo ya me dejaron las yemas ardiendo y palpitantes. Y eso que solo fue un miserable día. Pero ese día me sirvió completamente para arrepentirme de cada una de las decisiones de mi vida hasta el momento. Sobre todo al pensar en la forma en la que los ojos del color del mar de Allen me miraban durante el ensayo, como analizando cada sonido que provocaba con mi guitarra.

Maldita sea, ya hasta prefiero verlo solo en los pósters de mi habitación antes que merodeando por el sótano.

Lo bueno es que hoy no me despertó con agua. Pude despertar sola.

—No me interesa, ya estoy harta —me quejé y volví a golpear mi cabeza contra el mármol.

—Ya, fatalista. Solamente tienes que acostumbrarte al ritmo —dijo y ya podía imaginarla moviendo su cabeza de lado a lado—. Ya verás que en unos días se te pasa.

—No quiero esperar unos días, maldita sea —farfullé entre dientes.

—Pues que mal, porque tendrás que hacerlo —espetó.

El timbre sonó, haciendo que levantara mi cabeza otra vez. Miré a Cait haciendo una mueca suplicante, logrando que ella riera.

No había que ser un genio para saber que Allen era el que estaba detrás de la puerta de entrada. Él y Avril eran los únicos que pasarían por la casa estos días.

—Ve a abrirle la puerta —me ordenó con su habitual sonrisa—. En un rato les llevaré algo para beber.

Gruñí por lo bajo más maldiciones, levantándome de mi asiento para ir hasta la puerta de entrada, cruzando el living.

En cuanto abrí la puerta supe que había sido una pésima idea.

Allen sonrió con sorna, enseñando su perfecta dentadura blanca. Aunque no podía ver sus ojos porque les ocultaban unas gafas de sol, podía sentirlos mirándome burlones.

—Buenos días Ally —saludó con ironía.

Lo miré mal y me eché a un lado de la puerta para que pasara.

—Vaya, que buen servicio —dijo pasando a mi lado.

Mi mano en el picaporte se apretó.

Recuerda: no puedes golpear al mentor, Alex.

Carry On: Sigue adelante.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora