ONCE.

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—Por favor.

—No.

—Por favor.

—Que no.

—Anda, Derek. Porfi.

Hice un puchero y junté mis manos debajo de mi mentón. Derek, sin dejar de mirar su documental sobre fábricas de autos, dejó salir un suspiro pesado. Tomó el control remoto y pausó el video.

—Está bien —accedió, apoyando las manos sobre sus rodillas. Lancé un chillido de alegría y salté del sofá. Él, con su santa paciencia, se levantó—. Vamos al patio trasero, trae las guitarras.

Comenzó a caminar hasta la puerta de la cocina, que es por donde se entra al patio.

—¿Y cómo se supone que lleve dos guitarras? —protesté, frunciendo el ceño.

—No sé, ya verás cómo —contestó, desapareciendo por la cocina.

Bufé, inflando mis mejillas. Luego corrí hasta el sótano a buscar las guitarras acústicas.

Tomé ambas fundas, y dejando escapar un suspiro, me encaminé hacía las escaleras.

Tarea principal: recordar porqué amo la música.

Cuando llegué al patio, Derek estaba sentado sobre una de las reposeras con cara de aburrimiento.

—¿Por qué tengo que hacer esto contigo? —preguntó, tomando una de las guitarras.

Me senté en la reposera que estaba a su derecha.

—Porque fuiste mi primer profesor de guitarra, duh.

—Eso no explica nada.

—No me interesa. ¿Con cuál canción iniciamos?

Blackbird estará bien —dijo antes de comenzar a tocar los arpegios del inicio.

Lo seguí unos segundos después, y como se trataba de Derek, me uní con mi voz también. Derek marcaba el ritmo con su pie derecho, como solía hacer cuando teníamos clases. Aunque no esperaba que fuera como en esos tiempos, quiero decir, fue hace más de diez años. Y también no solían terminar bien nuestras clases.

Por lo general, terminaban conmigo saliendo de su casa, enfurecida, porque no me salían los ejercicios o acordes con cejilla y él riendo a carcajadas.

Sí. Cabe destacar que, incluso cuando yo tenía siete años, Derek tenía la capacidad de molestarme.

Terminamos con la canción y Derek me observó con los ojos levemente entrecerrados por el sol.

—¿Ya terminamos? —preguntó, con el gesto de un niño pequeño cansado.

Lo miré mal.

—Acabamos de empezar —protesté, apoyando mí barbilla en el cuerpo de la guitarra—. Oye, céntrate. Es algo serio. Realmente necesito hacer esto.

—¿Y qué culpa tengo yo? —inquirió, uniendo sus cejas oscuras.

—Ninguna, pero necesito tu ayuda —hice un puchero con mis labios—. ¡Vamos! Soy tu sobrina favorita. Ayúdame. Tengo menos de una hora hasta que Allen llegue.

—Pe...

—¡Por favooooor!

Derek volvió a suspirar.

—¿Con cuál canción seguimos?

—La que tú quieras mientras sea algún clásico —sonreí con inocencia.

Tal como esperaba, Derek comenzó a tocar otra canción. Me tomó unos pocos segundos identificarla como Have you ever seen the rain de Creedence. Luego seguimos con Losing my religion de R.E.M, Wonderwall de Oasis. Para torturarme, siguió con The power of love de Huey Lewis and The News. Derek sonrió con picardía cuando apreté mis labios en una línea.

Carry On: Sigue adelante.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora