SIETE.

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Las primeras horas del lunes en presencia de Matt Allen aprendí tres cosas importantes sobre él. Primero, es un hombre de mañanas, de aquellos que se levantan junto con el sol. Segundo, no le gustan los chistes o todo lo que tenga que ver con la risa y la alegría. Tercero, se toma con muchísima seriedad (demasiada para mi gusto) lo que él considera desafíos.

Estos hechos, desgraciadamente, los aprendí por las malas.

Muy malas.

La mañana del lunes, cuando los rayos del sol de fines de junio recién brillaban, estaba sentada plácidamente en mi nueva cama. Y cabe destacar que dije sentada y no durmiendo. Porque no, no estaba durmiendo.

Estaba muy ocupada preguntándome por qué demonios acepté entrar en un estúpido concurso de bandas que tienen estúpidos retos semanales. Y también por qué mi sueño de despertar viendo los ojos celestes de Matt Allen ahora era una maldita pesadilla. Y tenía una muy buena respuesta para ambas preguntas, resumida en una sola: el muy condenado apareció por la casa a las siete de la mañana y se encargó él mismo de despertarnos.

Siendo completamente honesta, no le presté atención cuando entró a la habitación diciendo que era hora de levantarse, siendo seguido por Cait. No porque no quisiera, sino porque en mi cabeza (tanto dormida como despierta) el simple hecho de que el hombre que consideraba mi mayor ídolo y exponente musical estuviera exclamando a diestra y siniestra que debía levantarme me parecía una completa locura. Locura con L mayúscula. Por lo que seguí durmiendo, pensando que era una alucinación por mi estado de sueño.

Lo siguiente que supe fue que yo y mi cama estábamos mojadas.

— ¡Pero qué diablos! —exclamé con furia, saltando de la cama.

Abrí mis ojos y apreté mis dientes en dirección del culpable del estado en el que me encontraba. Cruzando sus brazos sobre su pecho y sosteniendo una botella (de la cual estoy segura que venía el agua), Matt Allen me miraba como si no tuviera remordimiento alguno por haberme empapado. Sus ojos celestes me miraron fijos, con tanta seriedad que casi me olvido que estaba molesta.

Palabra clave: casi.

No debo golpear al mentor, no debo golpear al mentor.

—Dije que es hora de levantarse —ordenó él con firmeza—. Ahora.

— ¿Es necesaria el agua? —gruño mirándolo mal, mientras intentaba sacudir el agua de mi cuerpo.

Matt ladeó su cabeza.

—Lo es si estoy hace más de quince minutos tratando de hacer que te despiertes —musitó en respuesta—. Sobre todo si me ignoras deliberadamente.

Me puse roja. No sé si por la ira o la vergüenza, porque la verdad es que si lo estaba ignorando a propósito.

—No estaba ignorándote deliberadamente —contradije apretando mis labios en una línea—. Solamente omití adrede tus sugerencias sobre la hora de levantarse.

—Muy amable de tu parte confirmar lo que acabo de decir pero con otras palabras —espetó alzando sus cejas, con aire petulante—. Y no es una sugerencia, es una orden. Arriba, ahora.

Dicho eso, se volteó y se dirigió hacia la puerta. Resoplando me senté sobre mi mojada cama, otra vez.

— ¡En cinco minutos te conviene estar fuera de esa cama si no quieres que vuelva con agua congelada! —agregó luego de salir de la habitación.

Gruñí por lo bajo unas cuantas maldiciones y me levanté. No me arriesgaría a que volviera con agua congelada.

Lo primero que noté es que la habitación se encontraba vacía, al parecer mi hermana y mis primas sí siguieron sus órdenes rápido. Fui hasta el vestidor y me cambié el pijama mojado por ropa deportiva, luego fui al baño para lavarme los dientes y lavar bien mi rostro.

Carry On: Sigue adelante.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora