DOS.

35 8 0
                                    

Presioné otra vez la pelota Anti estrés con mi mano. Caitlin salió de la cocina con dos vasos, uno de agua y otro con limonada. Me entregó la limonada y se sentó en el sillón en frente mío.

Estábamos en su casa, sentadas en su living. Yo en el sofá familiar gris viejo que tiene, y ella en el sillón individual que está enfrente. Llevaba más de quince minutos contándole una y otra vez lo que había pasado. Por alguna razón que desconozco, Caitlin estaba haciendo que repitiera una y otra vez todo.

—Cuéntame una vez más —repitió por cuarta vez, ladeando su cabeza. Sus rizos castaños claros rozaron su hombro ante ese movimiento.

Resoplé con malhumor.

—¿Por qué otra vez? Ya te lo conté como ocho veces, y por poco no te cuento hasta la ropa que tenían puesta —gruñí antes de darle un sorbo a mi limonada.

—Es que quiero que te escuches —dijo ella encogiéndose de hombros.

Suspiré con resignación.

Caitlin tiene una pasión visible, que es la psicología y el psicoanálisis. Lo ama tanto que a todos sus sobrinos nos tiene de conejito de indias, en observación constantemente. También de profesión es psicóloga. Que ella me haga hacer estás cosas extrañas no es novedad, porque suele suceder que, psicológicamente hablando me da cachetazos con esto.

—¿Qué es lo que intentas? ¿Que vaya a buscarlo y lo descuartice? —mascullé malhumorada.

—Intento que te ubiques en la historia —respondió, tomando de su vaso con agua de forma serena. —Ya me contaste lo que pasó, pero en ningún momento explicaste porqué te enoja tanto lo que hizo, ni cómo te hace sentir toda la situación. Evadiste por completo ubicarte, a pesar de que eras parte.

Me quedé en silencio.

—¡Quisiera ni haber estado ahí, por eso! —chillé sin darle una respuesta concreta.

—Alex, ahorremos el momento en el que te saco todo de forma minuciosamente, sabes que de alguna forma u otra vas a hablar, te encanta hablar conmigo —dijo Cait sonriendo con diversión. Dejé mi limonada sobre la mesita de café enfrente mío.

Ella tenía razón, amaba hablar con Cait. Muchas veces la consideré la voz de mi conciencia, mi Pepe Grillo. Aunque estaba intentando mantener mi personaje fuerte e inquebrantable, con ella sabía que no importa cuanto lo intentara, Caitlin podía ver en mi rostro que algo no andaba bien.

—Sí, me encanta pero en este momento no tengo ganas de pensar en todo esto Cait, mi cabeza da mil vueltas, simplemente quiero descansar un rato —respondí y me recosté sobre el sofá, cerrando los ojos.

—No creo que tengas tanto tiempo, porque tu hermana acaba de avisarme que están viniendo para acá, buscándote —contestó y pude seguir viendo su sonrisa incluso con mis ojos cerrado. —Es más, seguramente entre en cinco... Cuatro... Tres... Dos... Uno...

Se escuchó el estruendo de la puerta, y no hizo falta que abra mis ojos para saber que Clary había entrado como si fuera el emperador Cuzko.

—¡Alex, Alex! —chilló Brad y se tiró sobre mí.

Me quejé y abrí mi ojos.

—¿Podrías salir de encima mío, Bradley? —mascullé tratando de empujarlo. Él se abrazó a mi cuerpo como si fuera una garrapata.

—¡No! Estaba tan preocupado por ti, mi pequeña mina de oro.

—¿A quién le dices mina de oro, idiota? Suéltame —me quejé y lo empujé al piso.

—Eres una mina de oro, Alexandra, me mantendrás por el resto de mi vida —lloriqueó él sentándose y sobando su hombro.

—¡Agh, cállate molesto! —exclamé malhumorada, acomodándome otra vez en el sillón y cruzando mis brazos debajo de mi pecho.

Carry On: Sigue adelante.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora