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Cerré uno de mis ojos ante el sonido que ocasionó el impacto.
Había visto cómo el varón se le había acercado a la chica, quien supe se llamaba Anna luego de que un hombre pequeñito y lindo lo haya exclamado. Tenía buena mano y mucha valentía como para haber abofeteado a uno de los jugadores con más fuerza y popularidad -según el público en la pelea de chamanes- sin remordimiento alguno.
Tragué saliva nerviosa. Me estaba esforzando en no hacer ningún ruido para no ser descubierta.
Mis manos y piernas temblaban desde que había llegado al lugar donde dijeron que estaría la aldea Pache. Me encontré con varios chamanes en el camino. Eran grandes e intimidantes.
Me pregunto si tendré oportunidad alguna...
—No te preocupes, Opacho —Me asomé para ver al castaño de antes.
Su melena larga caía sobre sus ojos. Estaba sonriéndole a su acompañante. Su sonrisa es linda.
¡N-no acabo de pensar eso, no!
Tomé mis mejillas; las sentí calientes.
—Aunque debo admitir que sí me dolió un poco.
Esa oración hizo que saliera de mis pensamientos.
Dijo que le había dolido.
¿Por qué siento que debería asegurarme de que se encuentre bien? Es otro chamán más de la competencia, por lo tanto, es mi enemigo, ¡se supone que no debo preocuparme por mi enemigo!
Mis pensamientos son un lío. ¿Debería preguntarte si se encuentra bien o no? ¿Sería correcto? Todos en mi aldea cuentan conmigo; por el bien de mis amigos que esperan mi llegada como la Reina Chamán, y por el bien de todos los demás habitantes.
Suspiré sintiendo los latidos de mi corazón latiendo desbocado.
No hablaba con nadie fuera de la aldea, ¿por qué habría de hablar con un extraño?
¿Realmente es un extraño?
Mordí mi labio. No me gustaba cuando mi mente me jugaba malas pasadas. Especialmente cuando me encontraba fuera de mi hogar y sola.
En la aldea piensan que relacionarse con otros chamanes es un mal augurio. No tienen las mismas creencias que nosotros, y lo consideran como algo malo.
Solo será algo rápido, ________________. No te preocupes tanto por eso. Si te vas sin preguntarle, tendrás un peso más sobre los hombros.
—Ay, aquí voy... —murmuré cerrando los ojos y tomando una gran inhalación de aire.
Me di ánimos por unos segundos para salir del escondite en el que estaba.
