Capítulo 20 | Amigos

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Kira supo desde el momento en que abrió los ojos esa mañana que sería un mal día. Afuera hacía una temperatura agradable y el sol brillaba sobre Velaris en el cielo despejado. No se levantó de la cama por un largo rato, deseando que el colchón la tragase. Pero las sábanas de seda eran demasiado bonitas para eso. 

Una vez que reunió la fuerza suficiente para levantarse de la cama, se dio un baño largo. Para cuando apareció por el comedor, la mesa del desayuno había sido levantada y solo quedaba una taza de café y dos medialunas. A su lado, una pequeña nota escrita con pulcra caligrafía.

Tuve que ir a atender unas cosas. No podré llegar a almorzar, ¿cenamos juntos?

Había una pluma y un espacio en blanco debajo, como si Rhys quisiera que ella escribiera su respuesta. Miró el papel por un largo momento y luego al desayuno que él le había dejado. Se le abrió un agujero en el pecho. Se metió la nota y la pluma en el bolsillo y salió de la casa dejando la comida intacta. Tenía el estómago cerrado de todas formas. 

Llevaba ya casi tres semanas en Velaris, lo suficiente para conocer su camino a través de la ciudad. Estaba enamorada de ese lugar tan bello y bueno, le recordaba tanto a Adriata a la vez que no se parecían en nada. Era doloroso. Todos la habían hecho sentir como en casa, sobre todo Cassian y Mor, con quienes había comenzado a entablar una amistad. Incluso varias de las personas que vivían en Velaris habían empezado a reconocerla y saludarla cuando pasaban cerca, había charlado con muchos.

Ese día nadie la saludó. O quizá no lo notó, demasiado concentrada en el ruidoso vacío que amenazaba con consumirla desde dentro. Odiaba esos días cuando no podía sentirse cómoda dentro de su propia piel y se desesperaba por arrancársela. Respiró profundo y contó una y otra vez para tranquilizarse; se rasguñó la pierna, solo un poco, para ver si eso la estabilizaba.

¿Cómo podía sentir tanto y nada a la vez? Era como si algo empujara desde dentro de su cuerpo, pujando para salir del paquete que era su piel. 

Corrió. Empujó las piernas hasta que los músculos le quemaron y las casas de Velaris se convirtieron en un borrón. La gente apenas tenía tiempo de esquivarla, aunque fue cuidadosa de tomar las calles menos transitadas. Su mente estaba demasiado ruidosa pero veía y oía las cosas a través de una nubosidad.

Llegó a la playa un momento después pero no se detuvo a sacarse los zapatos o la ropa, siguió corriendo hasta que las olas le lamieron los tobillos, las rodillas, los muslos. El agua se abrió para ella, sin resistirse cuando se metió tan hondo que las olas le taparon la cabeza. Dejó que la corriente le acariciara la piel y la enfriara, permitió que la presión del agua la apretara hasta que no sintió más que ese vacío iba a romperla.

Exhaló todo el aire que tenía en los pulmones. La quemazón en el pecho la centró, contó hasta diez. Inhaló profundo, estirándolo durante varios segundos. El agua se abrió para que solo el oxígeno le entrara por la nariz. Exhaló de nuevo y miró las delicadas burbujas que flotaban hacia la superficie, donde todavía brillaba el sol.

En el medio de la vorágine en su pecho, un tironcito cálido y frenético. Suspiró, no tenía intenciones de moverse de allí en un largo rato, demasiado drenada de energía. Si soltara solo una pequeñita cuota de control sobre el agua, el océano la tragaría para siempre. Esa había sido la primera lección que le habían dado sobre su magia, el control era fundamental. El siguiente tirón fue más fuerte, urgente. Derrotada, se puso de pie. Le devolvió el tirón con más fuerza y le pareció que el pánico al otro lado aflojaba un poco. Se sintió culpable por preocuparlo.

Usó las corrientes para impulsarse hasta la orilla. Rhys la estaba esperando, respiraba agitado aunque trataba de mantenerse sereno. Tenía la cara pálida, sus ojos volaron sobre ella en busca de heridas. Él abrió los brazos y ella corrió a ellos, se fundieron en un abrazo apretado. Tan bueno como el agua.

Rhysand - Bajo la MontañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora