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C A P Í T U L O    F I N A L

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—Narra Iván

Tomás agarró lo primero que encontró en el piso, e hizo el intento de quitarle el arma a Sofía. Abrí aun más los ojos, queriendo deshacerme del presinto, sentí como me lastimó la piel al punto de sangrar.

—¡Tomás!—Le grité cuando logré tener una mano libre.

Me miró y al instante se escuchó el sonido fuerte de un disparo. Sofía seguía forcejeando, en el intento de safarse del agarre de mi amigo, el arma cayó al piso y ella se golpeó la cabeza contra la mesa. Más fuerte de lo que teníamos planeado.

Tomás miró el cuerpo de Sofía en el piso y después me miró a mí. Se acercó y agarró las tijeras de metal que estaban en el bolso de Víctor.

—Gracias—. Le dije, cuando había logrado quitarme las cosas de la mano, asintió un par de veces, casi dormido.

—Todavía sigo teniendo esa porquería por mi cuerpo, se va a ir en unas horas.

Asentí y caminé hacia Rodrigo, que había logrado pararse, viendo todo. Me acerqué y le desaté la tela que tenía en la boca, él me estaba mirando, sin ninguna expresión en su rostro. Me llamó la atención eso, ni siquiera había hablado.

—¿Estás bien?—Corté el presinto de sus manos y lo miré.

Levemente comenzó a negar, para ese entonces una de sus manos estaba posada sobre su estómago, un poco de sangre salió de su boca. Lo sostuve cuando se cayó.

—Ey, ey, Rodrigo—. Tomás se había acercado rápido y me ayudó a sostenerlo.

—Está sangrando—. Le dije en un susurro, mi amigo me miró.

—Ayudame, ayudame vos también. No te me vayas a dormir, hay que llevarlo al hospital—. Asentí, y rodeé con mi brazo el cuerpo de Rodrigo, Tomás hizo lo mismo.

—Cuidado con eso—. Le dije cuando estábamos por subir el pequeño escalón del metal y un fierro.

Abrí la puerta trasera del auto. Tomás me dijo que no estaba en condiciones de manejar ya que lo que sea que Sofía le había inyectado aún estaba en su cuerpo.

—¿Vamos a dejarlos acá?—Me preguntó cuando estaba a punto de encender el auto.

—No tengo pensado ayudarlos. Imagino que ya están muertos.

Manejé en dirección contraria de los edificios, con la mente en literalmente otro lado.

—No para de sangrar—. A penas había escuchado a mi amigo. Lo escuchaba lejos, yo estaba casi consiente de que la velocidad en la que iba era bastante rápido. Ni siquiera supe bien en qué momento había comenzado a llorar. El agua de mis ojos hacía que vea todo el camino borroso, aún así ni siquiera tuve la intención de frenar o ir más despacio.

Yo tampoco estaba en condiciones de manejar.

Ninguno de los tres lo estábamos.

Rodrigo siempre tuvo razón. Jamás debí ser tan egoísta al no decirle nada. Muy cierto fue eso de que él iba a terminar siendo parte de todo. Incluso peor que yo.

Pero como casi siempre me pasaba, me dí cuenta tarde.

Al menos en el momento en que sentí el impacto del auto contra otro.

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“—No era joda lo de vivir juntos. Si me preguntás, literalmente lo tengo planeado desde hace mucho tiempo.

Me reí y lo abracé del cuello, con la mirada perdida en la pantalla de la tele.

—No tengo problema con eso. Pero en ese caso entonces.. tendrías que venir a casa. No sé, digo.

Sentí como asintió, y después la vibración de su risa en su pecho.

—No pienso seguir pagando el alquiler cuando sé que vos tenés una casa enorme para los tres solos. Aparte Barry tiene más espacio para jugar.

Levanté un poco la cabeza para mirarlo. Él ya lo estaba haciendo.

—Seríamos.. ¿Como una familia?

Sonreí al ver que él me estaba mirando algo raro.

—Sí, algo así. ”

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A penas sentía el sonido lejano de la máquina esa. Como si estuviera tomando nota de cada latido del corazón. El techo de la habitación del hospital se había vuelto lo más fácil de ver para el momento. No me había atrevido a mirar a otro lado que no sea ese.

Todavía seguía con los ojos llorosos, pero ninguna lágrima había caído. Tampoco escuché a mi amigo cuando se acercó a hablarme, sentado junto a la camilla, con esa típica ropa de hospital y algunas heridas en los brazos y rostro, preguntándome cómo estaba o si quería hablar de algo.

De mi parte sólo había conseguido silencio.

Una palabra que se hizo realidad con el pasar de los días en el hospital. Acostado sin hacer absolutamente nada. Sólo tenía intenciones de moverme cuando debía comer, algo que para desgracia de los médicos, muy pocas veces me encontraba con gran apetito. No tenía ánimos de hablar, ni siquiera de vivir. Aunque algunas de las heridas más profundas hayan estado en mi pierna y en una parte de mi cabeza, yo ya había dejado de sentir dolor físico.

Se trataba de un dolor inexplicable. Casi incierto pero intenso. No me había atrevido a decirle nada de esto a nadie. Tampoco a mi mamá, que estuvo unos días cuidándome, esperando a que diga algo pero tanto ella como todos y cualquiera que venía a verme, recibían mi ignorancia.

Pero no lo hacía a propósito.

No podía hablar realmente. Todo lo que quería decir, dolía a penas intentaba hacerlo. Pero no podía explicarlo, entonces me decían cosas como "Tomate tu tiempo, hablá cuando puedas" o incluso los médicos les decían que no estaba en estado de hablar ni ver a nadie porque necesitaba descansar.

Tal vez ellos mismos se dieron cuenta de que lo que realmente me afectaba no se trataba de una dificultad al hablar, sino del dolor que tuve al segundo en que había preguntado por la vida de Rodrigo.

Que el médico intentó decirlo con suavidad pero yo lo tomé muy mal. Me había caído mal recibir tal noticia y entonces no paré de pensar en que todo había sido mi culpa.

Pero hasta el momento nada me había hecho cambiar de opinión, y estaba seguro de que iba a sentirme así de mal por el resto de mi vida.

𝗜.𝗪.𝗔.𝗕.𝗬 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora