XXVII

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Sol

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Sol

Por la mañana empaqué todas mis cosas. Después de enterarme de que Sebastián había regresado a San Francisco, imaginé que Alice también querría volver y quería estar cerca para apoyarla. Al observarla, pude notar la tristeza en su rostro, sumergida en sus pensamientos y con una debilidad que inclusive la delataba al caminar.

-Alice, vamos-no se percató de que la llamaba, mucho menos de que era hora de seguir. Tuve que entrelazar mi mano con la suya y jalar de ella para que mantuviera el paso.

Los chicos metieron nuestras maletas al coche, mientras guiaba a Alice y poder acomodarnos. Era muy complicado. La parte trasera estaba repleta de mochilas. Era incómodo por el espacio tan reducido. De pronto, Alice salió del coche, sacó algo de dinero del bolsillo de su pantalón, lo contó y luego lo volvió a guardar.

-Tomaré un autobús, nos veremos en casa. Vayan con cuidado-una vez más desaparecía con rapidez, evitando que intentáramos retenerla.

***

Después de un poco más de cuatro horas, llegamos a casa. Estaba cansada y muy hambrienta, observé el reloj en mi teléfono. Faltaba tiempo para la hora de la cena.

Cada uno tomó sus cosas y entró a su habitación en silencio. Estábamos cansados, aunque también tristes por la situación entre Alice y Sebastián. Guardé mis cosas. Tomé un baño y me puse ropa cómoda para bajar a cenar. Los cuatro estábamos muy serios. Habíamos decidido no hablar sobre lo sucedido.

Escuché que Sebastián había llegado muy temprano, por la mañana. Y no había salido de su habitación. Quisimos creer que Alice estaba bien y que su tardanza se debía al autobús.

Terminando de cenar, cada uno volvió a su habitación. Era mi turno de lavar los platos y recoger la mesa. Mientras lo hacía, vi a Sebastián bajar las escaleras y salir de casa, todo a gran velocidad.

Alice

El autobús era lento, hacia muchas paradas en diferentes pueblos o ciudades, me pareció eterno. Hubiera llegado mucho más rápido por mi cuenta, pero no pude hacerlo. Me sentía muy cansada y débil. Evitaba perder el conocimiento por ahí. Pero no todo era malo, el autobús estaba casi desierto. Había un silencio que me parecía reconfortante, que me ayudaba a pensar con mucha más claridad. Además, el paisaje que lograba observar a través de mi ventana me tranquilizaba. Aclaraba mis ideas. Sabía que cualquier cosa que pasara con Sebastián no sería por simples impulsos o palabras vacías, sino por lo que en verdad pensaba y sentía de la situación y de él.

Bajando del autobús, tuve que caminar hasta la casa. El trayecto me pareció largo y me fatigó demasiado. Pronto se escondería el sol y quería llegar a casa antes de que eso sucediera. Mi hambre era inusual, y mi cuerpo me pedía a gritos un descanso.

Alma De Un DemonioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora