Capítulo 2

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El ambiente era raro. Al despertar no sentí frío ni calor, solo miedo. Lo único que deseaba escuchar eran los latidos de mi corazón para asegurarme que aún estaba con vida. Fue la peor pesadilla de la historia. Se sintió tan real que experimenté el dolor de la muerte... y algo peor.

No recordaba muy bien cómo había llegado a mi cama, pero agradecía estar ahí, en la seguridad de mi casa.

Un grito desgarrador logró que me levantase. ¿Quién fue? Mucho no me importó, aún tenía erizada la piel. Había sido solo un sueño y me consolaba con eso. Fui corriendo hasta la habitación de mamá para que me abrazara. Quería llorar. Su cama tenía las sábanas destendidas, hechas un bollo. Era raro que no estuviera ahí.

Todavía me temblaban zonas que no sabía que lo hacían.

Escuché algunas voces en la entrada, entre ellas la de mamá. ¿Quién podía visitarnos tan temprano un sábado? No pasó mucho tiempo desde que amaneció. Salí y recorrí el pasillo, en la puerta del baño me encontré con Julián, mi hermano. Estaba pálido.

—Ju, ¿qué está pasando?

Ni siquiera se dignó a mirarme, como si no estuviera frente a él.

—Dale, no seas tarado, ¿quién está con mamá?

Nada. Y de repente su cara se transformó. Comenzó a llorar, él nunca lo hacía. La única vez que Ju expresó algún sentimiento de dolor fue cuando tenía diez años y se sacó el hombro de lugar. Pero tampoco había llorado. Quise abrazarlo, aunque seguramente lo evitaría y un grito —esta vez de mamá— se llevó toda nuestra atención. Los dos corrimos al comedor.

Ella estaba arrodillada en el suelo, implorando a Dios vaya a saber qué cosa. Gritaba frente a un hombre desconocido, parecía alguna autoridad. Mamá repetía nada más unas cuantas palabras:

—Mi niña no puede ser. No puede ser mi linda Coralina.

Escucharla decir mi nombre de esa manera me produjo una tristeza enorme en el corazón.

—Lo lamentamos, señora —dijo aquel desconocido, que no sabía para dónde mirar—. El cuerpo encontrado tenía las pertenencias de una muchacha. De su hija, Coralina Gómez.

La sangre se heló en mis venas. Me pellizqué el brazo para poder despertar, sin embargo, esa escena seguía ahí. Golpeé mi cabeza varias veces con el dorso de mi mano. no podía ser verdad.

Me acerqué a mi familia y no me sentían ahí. Los abracé, aunque mi tacto no fue nada para ellos. Tomé la cara de mi madre entre mis manos y rogué porque esta tortura acabara.

—Señora, la dejaré unos momentos a solas con su hijo para que puedan hablar, pero es sumamente importante que usted me acompañe a la morgue para reconocer el cuerpo.

Mi hermano le lanzó una mirada de odio a ese hombre que hasta yo quise retroceder. Julián estaba sosteniendo a mamá que se caía a pedazos.

—Mi más sentido pésame —dijo, y se marchó.

Alguien tocó mi espalda, y por primera vez desde que salí de la cama, pude sentir algo. Volteé a ver y era una chica de no más de veinte años. Jamás la había visto en mi vida. Me levanté limpiando mi nariz, observando a mi familia. ¿Por qué no la notaban?

—¿Quién sos? ¿Qué haces acá?

—Hola cariño, soy Mar. Desde ahora a la justicia, seré quien te acompañará.

Su voz era tan suave como los rasgos de su cara. Era alta y de cuerpo grande, sus curvas eran prominentes, con cabello oscuro y ojos brillantes. Era hermosa, pero no le entendía nada.

Las Hermanas PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora