Capítulo 6

45 11 10
                                    

Pasó una semana desde la primera guardia, y desde esa noche entiendo a la perfección el miedo en la cara de Mar.

Yo no pude hacer nada, claramente, no estaba calificada. Cuando ingresamos al Observador, nos envió directamente a la ciudad contigua a la mía. Estábamos en un barrio precario, yo lo conocía bastante. Caminamos por las calles, Mar iba armada, y me explicaba que podía enseñarme a usar cualquier arma que quisiera, cuando todo se volvió oscuro. Ambas lo sentimos, fue un grito desgarrador y corrimos hacia él. Una chica estaba en un callejón, no pasaba de los veinticinco años, tenía la remera rota y la cabeza ensangrentada. Apenas había pasado todo, un hombre a un costado estaba de espaldas, acomodando su pantalón.

La chica había querido escapar, porque con suerte ese tipo nada más le arruinaba la vida, y no se la quitaba. Como a nosotras. Al intentar ponerse de pie, el monstruo volteó, y la apuntó con un arma. Quise correr a ella, ayudarla como si realmente pudiera, pero Mar me sostuvo con los brazos.

«Déjame esto —susurró—. Confía en mí».

Asentí sin entender mucho, y cuando quise darme cuenta, ella ya había disparado a la mano de ese hombre. Comenzó a sangrar, soltando el arma. Confundido, el hombre volteó y se quedó mirando fijo a donde estaba Mar. La miraba a ella. Podía verla.

«Corre por ayuda —le dijo a la chica, que rápidamente desapareció por las calles—. De ti me encargo yo».

Sacó la flecha incrustada en la mano del tipo y se la clavó en el corazón. Él gritó y yo me espanté, pero dentro de mí lo estaba disfrutando.

«Violador muerto no viola más».

Apuntó una flecha al suelo que se incrustó en la tierra. Desde la punta de metal se abrió una grieta que tranquilamente podría ir al centro del planeta. O al infierno.

El hombre fue absorbido por los vapores que salían de la grieta, su piel se fue arrugando, como si le quitaran la vida de a poco. Una vez que estuvo totalmente seco, cayó dentro y la grieta se cerró.

Para eso eran Las Armas Celestiales.

¿Y cruzar por El Observador hace que sea visible para los vivos?

Esa noche despertó dos cosas en mí: una sed de algo totalmente indescriptible y cuestionarme todo lo que sabía de Las Hermanas Perdidas. Era consciente de que Mar no iba a responder mis preguntas, y mucho menos Madrona, aunque ella tuviera las respuestas. Fui a lo seguro y busqué en la biblioteca. Encontré libros de todas clases, menos de aquello que quería saber.

Tenía que ir hasta el origen.

Estaba con el club de lectura juvenil, decidimos leer un romance contemporáneo bastante horrible y mientras escuchaba que Laura hablaba de la relación de los personajes, observé que, a un costado del escritorio de la bibliotecaria, había una puerta camuflada abierta. Quise escuchar con atención la conversación de Madrona con la bibliotecaria, Juana, pero el barullo a mi alrededor me lo impedía. Al parecer, para abrirla era necesario un código.

—Tierra llamando a Coralina.

Micaela movía una mano frente a mi cara. No pude ver la numeración, y cuando moví de nuevo mi cuello para ver, ellas ya no estaban ahí, y la puerta estaba cerrada.

Acostada en mi cama, boca arriba, con los ojos cerrados, intentaba alinear las ideas para poder descifrar cuál podía ser el código de la puerta escondida.

—Vamos a un lugar.

Ni siquiera la escuché entrar. Me senté para verla.

—Pero tenemos entrenamiento, Mar.

Las Hermanas PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora