Capítulo 3

47 11 5
                                    

Los gritos de mamá aún seguían en mi cabeza.

Mar me explicó cómo funcionaban las cosas ahí. Para empezar, estamos como en una casa de acogida, donde cada una tiene su habitación compartida con la Hermana que fue a buscarla. Dentro existen muchas actividades que se pueden hacer, entre ellas entrenar. Las Hermanas Perdidas son las protectoras de las vivas. Intentan evitar tantos feminicidios como les fueran posibles. Sin embargo, las victimas superan a las Hermanas, y no siempre pueden salvarlas. Yo fui una de las excepciones.

Algo que me sorprendió fue que el edificio está construido dentro del Árbol del Fruto, localizado en un lugar tan remoto que son incapaces de decirme. Es un lugar mágico donde los humanos no pueden llegar. Al menos no con vida.

Se me hace increíble que esto realmente existiera.

El tema de la cama en la habitación es casi un adorno. Ya no tenemos un cuerpo físico, nos convertimos en un concepto que tiene como centro a nuestra alma. Por lo tanto, no necesitamos comer ni dormir como antes. Hay un closet con algunas prendas para variar. Seguimos con la apariencia idéntica a la que morimos, según lo dicte el Árbol. Si él decide que nos quedaremos de una manera, así será. Usualmente permite que las más pequeñas cambien su apariencia algunos años, como lo harían en el mundo de los vivos. Quienes fueron quemadas, golpeadas y cortadas, se les permite cambiar.

Escuchaba a Mar mover cosas mientras yo estaba acostada tratando de recordar al menos qué había pasado, o la cara de quién me mató. No sé dónde me dejaron o como se enteraron que estaba desaparecida. Me dio un escalofrío pensar en que mi familia tuvo que ir a la morgue a reconocer mi cuerpo.

¿Me pegaron, mutilaron o algo peor?

—¿Algún día recordaré qué me pasó?

Era una pregunta para mi cabeza, pero mis labios prefirieron expulsarla. Rápidamente volteó, quizá por la falta de costumbre a tener alguien junto a ella en una habitación. Mar no me dijo nada y volvió a lo suyo.

La notaba enojada, aunque no estaba segura si lo estaba conmigo. Me daba intriga mi nueva compañera. Quería saber más, pero siendo consciente de que tengo para una buena temporada en este árbol, no le veo la urgencia.

Con esa idea levanté el cuerpo de la cama y me miré a un espejo. Observé con detenimiento mi cara, aunque no vi mucho, solo ojeras espantosas para una chica de diecisiete años. ¿Habré tenido algún moretón antes de llegar que el Árbol prefirió eliminarme?

Mar evitaba mi mirada. Luego de llegar había desaparecido para ella, como si le molestara mi presencia. Ni que quisiera estar con ella por voluntad propia. Salí de la habitación únicamente para recorrer. Si iba a pasar tanto tiempo con estas mujeres, al menos debía conocerlas.

Seguí a unas pequeñas que llevaban unas muñecas de trapo en sus manos. Ellas estaban felices y me pregunto cuánto les habrá tardado entender que murieron. O si al menos lo saben. Llegamos a lo que parecía un patio interno. Había flores por todos lados y mi alergia desapareció con la muerte, tal parece. Me acerqué a contemplarlas más de cerca, eran hermosas y brillaban entre la naturaleza.

Mientras olía unas orquídeas —porque jamás había estado tan cerca de flores sin estornudar— me sorprendí de aún tener olfato. Sonreí pensando en lo mucho que le gustan las plantas a mamá y nunca pudo poner ni siquiera un florero.

Julián solía molestarme dejando flores debajo de mi cama cuando se enojaba conmigo. Era algo tonto, demasiado infantil, pero me abracé a mí misma porque dolió saber que eso no volverá a pasar.

Una muchacha de cabello rubio largo se acercó a mí, era algo delgada y tenía menor estatura que yo. No superaba los dieciocho años. Me observó como si fuera una especie en extinción. Su mirada me hizo sentir incómoda, vulnerable y pequeña. Mi mente —si es que aún se trataba de ella y no de algún concepto extraño— se paralizó por unos segundos. Al abrir los ojos estaba dentro de un coche, con frio en las piernas y sobre mi falda descansaba la mano que tenía las llaves entre los dedos. Miré el espejo retrovisor y esos ojos quemaron mi piel. Me sentía pequeña y dueña de nada. Ni siquiera de mí misma.

Giré la cabeza para apartar esa sensación de mí y me encontré con Violeta. Olvidé que ella estaba en el coche en ese momento. En su rostro había preocupación, pero su sonrisa, debajo de ese labial rojo que hacía resaltar su tez oscura, me mostraban paz.

Pronto volví a mi realidad cuando la chica apoyó su mano en mi hombro. Puta de mierda resonó en mis tímpanos. Era una voz gruesa, maliciosa y estaba segura que no la había escuchado nunca antes. Por mi espalda recorrió un escalofrío.

Violeta estaba conmigo en ese coche y no sé cómo está ella.

—Hey... ¿te encuentras bien?

Cerré los puños alrededor de la tela en mi cuello, queriendo arrancarlas con desesperación. El aire no entraba en mis pulmones no-físicos. Había probabilidades de que ese ataque solo fuera un invento de mi mente. Me sentía morir, con la idea de que Violeta tuvo el mismo final que yo. No quería, no podía aceptarlo. Ella tiene mucho por vivir. Tantos sueños por cumplir, historias por contar, viajes por hacer, canciones por bailar y libros por leer. Tantas oportunidades que tiene para enamorarse, que le rompan el corazón y llorar junto a una amiga que intente sanarle todas las heridas. Ella tiene tantas cosas por las que pasar.

Me sentía morir... porque me quedé sin todas esas oportunidades. Y lo más chistoso: en realidad ya estoy muerta.

Alguien se arrodilló frente a mí. No fui consciente de cuándo caí sentada al suelo. Mi vista estaba borrosa, tampoco escuchaba bien a lo que decían a mi alrededor. Ese alguien arrimó mi cabeza a su pecho para que me recostara en él. Acarició mi cabello y espalda muy suavemente, con el tiempo escuché que tarareaba una canción y me mecía cual bebé.

Cuando recuperé mis sentidos, fui capaz de darme cuenta que la desconocida no era más que Mar. Un círculo de niñas, jóvenes y adultas nos rodeaba. Había armado un espectáculo. Escondí mi cara en su cuello por la vergüenza, mis cachetes quedaron colorados en cuestión de segundos.

—Ya está todo bien —murmuró—. Esto es más normal de lo que parece.

Preferí mantener el silencio y ser apañada por los brazos de Mar.

Al pasar los minutos la multitud se fue dispersando. Respiré profundo, finalmente alejando mi cuerpo del de ella. No podía pretender que aceptaba esta realidad con una gran sonrisa. Horas atrás me sentía la maldita reina del mundo y ahora me encontraba en el suelo, sin recordar la cara de mi asesino.

—¿Te encuentras mejor?

Asentí con la cabeza y Mar peinó algunos mechones de cabello que se encontraban por mi cara.

—Me temo que costará recordar lo que pasó —dije al levantarme y tender una mano para ayudarla—. No entiendo cómo puedo estar muerta y aun así sentir las cosas tan... reales.

—Es porque no lo estás del todo, Coralina.

Esta vez me senté sobre el borde de una fuente de agua, ella se colocó de cuclillas frente a mí.

—El día que te vayas de aquí será cuando tu alma al fin pueda descansar. Mientras tanto, sentirás todo como si por tus venas corriera sangre, aunque lo notarás diferente. Nada es totalmente real. Porque desde que llegamos ya no somos las mismas.

De alguna manera, encontré algo cálido en ella detrás de todas esas pintas de chica mala. Su aspecto es el de una adolescente, como yo. ¿Quién sabe hace cuánto tiempo se encuentra acá? Notaba su deseo de ayudarme y que me marchase pronto, pero ella no sabía cómo hacerlo.

A pesar de que ya estaba mejor, algo me seguía rondando por la cabeza.

—Mi amiga estaba conmigo cuando todo pasó.

Suspiró, dándome a entender que lo lamentaba.

—¿Qué quieres hacer con esa información?

Lo pensé dos veces, porque no sabía si era lo correcto.

—Quiero verla.  

Las Hermanas PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora