Mar nos hizo desaparecer cuan rápido pudo. Esa chica me reconoció, a mí, que estoy muerta. La cabeza me pesaba con la idea de que algo malo iba a ocurrir. O que está ocurriendo.
—Tranquila, Cora, por la mañana no recordará nada y pensará que fue solo una pesadilla.
Ella sobaba mi espalda, para darme ánimo. Sin embargo, aún no podía digerir lo que pasó.
—¿Por qué ese hombre no desapareció como el anterior?
Si antes tenía preguntas, ahora un huracán de dilemas rondaba por mi mente. Colgué con fuerza la espada donde iba, porque por alguna razón estaba enojada.
—El destino de los victimarios lo deciden Las Armas Celestiales, si ellas quieren...
—Sí, claro, como todo.
Y salí disparada por la puerta. Caminé a paso firme y acelerado, casi trotando. Mi mente estaba nublada, no podía obtener pensamientos claros y la voz de la chica se repitió montones de veces.
—¿Qué carajos te sucede?
Mar me sujetaba del brazo, y lo hizo tan fuerte que logró darme vuelta, para quedar de frente. En su cara había confusión.
—¿No te cansa todo esto? —pregunté, aflojando los hombros, esperando que fuera reciproco.
—¿El qué?
—No saber qué mierda estás haciendo realmente.
Me solté de su agarre y seguí con mi ritmo, pero ella fue más rápida que yo y me obstruyó el camino.
—¿Me dirás de qué hablas?
Respiré pesado, en el fallido intento de hilar dos palabras coherentes. Dejé mi respuesta a la suerte.
—¿No lo notaste? ¿En serio no te parece raro? Nuestro objetivo es cuidar de las vivas, ¿pero por qué tenemos este poder y quién nos lo da? Todo el tiempo se dice que algo o alguien decide lo que va a pasar. ¿Y qué hay de nosotras, acaso nos tienen un poco de consideración?
Mar estaba impactada, en definitiva, no se esperaba ni una palabra que salió de mi boca. Mi planteo la tomó por sorpresa. Estaba cuestionando a su sagrado sistema. Pronto cambió la cara, a la misma que puso cuando fue a buscarme el primer día.
—Estamos aquí porque mientras que esperamos nuestra justicia, debemos ayudar a las Hermanas vivas que corren peligro.
—¡Ves de lo que te hablo! Pareces programada, como una máquina. ¿De qué mierda me sirve si lo que decide por nosotras, incluso con todo su poder, nos deja morir? Porque quiero recordártelo: estamos todas muertas. No son unas vacaciones infinitas en un hotel cinco estrellas.
—Cora, cálmate...
—¡No! No me calmo nada. ¿Por qué somos nosotras las que tenemos que pelear por vivir y salvar a las demás, y no son los hombres los que dejan de matarnos? Antes vivía con el miedo de no saber si volvía a casa, hasta que no volví, y ahora tengo que soportar este miedo constante, que alguna de nosotras tenga que pasar por ese maldito Observador y volver con mi madre o mi mejor amiga.
—Lo entiendo, pero...
—No lo estás entendiendo, no al menos como yo lo hago. Si lo hicieras, hubieras buscado respuestas. Te juro que voy a llegar al origen de todo esto, porque para empezar yo ni siquiera quería estar acá.
Ya no me detuvo. Será porque me dio la razón, o porque se cansó de mí. De todas maneras, no me interesaba.
Caminé a zancadas largas hasta la biblioteca. No había muchas chicas, las que no estaban de guardia solían hacer pijamadas o dormir por la costumbre. Pero siempre de madrugada los pasillos estaban vacíos.

ESTÁS LEYENDO
Las Hermanas Perdidas
Ficção AdolescenteUn día despertó luego de su peor pesadilla, y descubrió que ya estaba muerta. Cora se enfrentará a la desdicha de ver los efectos de su muerte desde un lugar en el cual nada se puede hacer e intentará entender un sistema donde el libre albedrío no...