Capítulo 4

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La piel inmaculada de la persona que alguna vez fue mi confidente, se encontraba manchada por los colores de la batalla a la que pudo sobrevivir.

Su madre dormía con la cabeza apoyada junto a ella, que miraba el techo, mientras lágrimas corrían sin cesar. Me acerqué a Violeta, con Mar siguiendo mis pasos, y me atreví a acariciar sus mejillas. La mancha violácea de su ojo izquierdo me mostró que no pudo escapar a tiempo, la laceración en su frente que no fue una sola vez, y lo que más llamó mi atención: sus uñas rotas. Me mostraron que luchó.

—Estarás bien, amiga —susurré—. Esto es solo un momento, ya lo verás.

Realmente lo deseaba. A pesar de saber que ella no volverá a escucharme, quería hablarle. Siempre me hizo bien.

Violeta es capaz de muchas cosas. Quizá mamá y Julián me conocían bastante, pero ella me entendía. Con una mirada podía descifrarme, ella tiene ese don que no utilizará de nuevo. Era increíble verla, podía contemplarla como si fuera un sueño hecho realidad. Cuando intentaba peinar esa cabellera llena de rulos y se rendía a la hora, me gustaba colocarle algunas hebillas pequeñas con formas de margaritas que me obsequiaron de niña. Sentía que en ella se veían tan bien.

A Violeta le encantaba hacerme reír. Decía que mi risa le recargaba "la batería de la vida". Yo tuve muchos fallos, como ser humano y como amiga, hice cosas malas de las que no me enorgullezco, y cuando entendí que estaba mal intenté redimirme a como hubo lugar. Sin embargo, Violeta veía siempre lo bueno en mí, me adoraba.

—Ella me hacía mejor persona.

Hablé en voz alta a propósito. Quería que Mar me escuchase, que supiera por qué era tan importante para mí ver a Violeta. Quería que entendiera lo feliz que me hace saber qué está viva.

—¿La amas? —preguntó, en un tono tan sutil que me era imposible no responder.

—Por supuesto —dije, colocando un mechón de cabello detrás de su oreja, sin apartar la mirada de Violeta. Mi mano traspasó su pelo, sin siquiera moverlo—. Me hacía creer que no debía envidiarle nada a nadie.

Su madre se movió, pero no llegó a despertar. Violeta comenzó a sentirse extraña, porque frunció el entrecejo y miraba para todos lados.

—Deberíamos irnos. Ellas sienten nuestras presencias. Estamos muertas, no es muy lindo sentimiento para tenerlo cerca.

Asentí, aunque no me apetecía en nada alejarme de ella. Las cosas cambiaron como cada vez que Mar me llevaba a un lugar nuevo, pero en vez de volver a nuestra habitación, caí en la sala de mi casa.

—¿Qué...?

Antes de terminar de hablar, me di cuenta de que había familiares vestidos de negro que iban y venían de la cocina. Todos llevaban un pañuelo en la mano. Gente que no veía hace años estaba ahí parada, llorando al lado de un cajón de madera mientras mamá estaba pálida sentada en el sofá.

—Pachi, ¿sabes bien qué pasó? —preguntó una tía a la otra.

Ella inspiró y dio media vuelta para acercarse más y poder hablar sin que nadie pudiera escucharlas. Pachi es la más víbora de todas.

—Cori había salido con unas amiguitas a vaya a saber Dios dónde. Tenía dos trapitos locos, viste como son las chicas hoy en día. Dicen que cuando volvían agarraron un taxi y el tachero tomó otro camino. La otra chica salió corriendo, creo que llegaron a golpearla o algo así. A esa la encontraron en la ruta, la llevaron al hospital y cuando reaccionó dijo dónde vio por última vez a la nena. Estaba toda desfigurada, ¿por qué te creés que el cajón está cerrado?

Las Hermanas PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora