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Keira entro a su mundo. Al mundo Faye.
Keira miró cómo todo estaba floreciendo. Como todas esas hadas escondidas estaban riendo de nuevo y saliendo de sus cuevas. Keira sintió un alivio en sus adentros.
Miró al león, no sabía que hacer, todos la miraban. Esperando un acto de ella, pero realmente ella no podía hacer nada.
—Lo siento por todos estos años de sufrimiento —Dijo Keira, mirando al suelo. Todos los Faies la miraban con tristeza. Podían deducir que no estaba de buenos ánimos.—. Haré que esté reino sea próspero. Lo prometo.
Todos los Faies la miraron, Keira miró al león, esperando una invitación, pero cuando todo su pueblo se levantó a darle aplausos. Se sintió bien.
Keira miraba a las dos humanas desde su asiento, ella estaba nerviosa, mucho para ser exactos. Hoy era el día de la coronación. En esos instantes era el de los cuatro humanos mientras el de la hada era por la noche.
Keira no se sentía preparada para ser reina, pero con ayuda de los humanos pudo tomar el valor y aceptarlo.
—¡Estoy nerviosa!—Chilló Lucy sonriente. Susan asintió, indicando que estaba nerviosa con ellos.
—Reina Lucy —Dijo Keira pensativa.—. Me es raro decir eso.
Las hadas vistieron a las humanas y se fueron de la habitación, quedando ellas tres solas.
—Estoy nerviosa —Confesó Susan.—. Ser reina.
Las dos asintieron.
—Pero, ¿que pasará después de esto?—Dijo Keira levantándose de la silla y acercándose a Susan.
—¿Qué pasaría?
Keira y Susan se miraron al espejo, la pelirroja tenía un vestido típico de Narnia.
—¿Volverán al mundo de los humanos?
Las dos se callaron. No habían pensado en eso. Estaban tan nerviosas en su coronación que se les olvidó que tenían otra vida.
—La guerra —Murmuro Lucy entristecida.—. Padre esta ahí.
Keira frunció el ceño, ¿había guerra en el mundo de los humanos? Digamos que los humanos no le había dicho sobre la guerra ni nada por el estilo.
Pero lo que más le causó duda, ¿como es que se les había olvidado que no eran de ese mundo? Es decir, ella pensaba en sus padres adoptivos todos los días, incluso en su vecino. Lo recordaba todos los días, pero, ¿y ellos?
