—Soy Austin Ponce, un placer. Como les dijo su directora seré su nuevo profesor de psicología, por ahora.
Comenzó a presentarse muy sonriente y relajado, como si él no hubiera actuado extraño aquella noche donde nos hizo frente y ahora está jugando al profesor. Aún no nos ha mirado, pero es obvio que sabe que estamos aquí.
—No me parece coincidencia esto, Laia. Deberíamos poner alerta a tu padre, ya volví a asustarme. Olvida cuando te dije que ya no tenía sentido, esto es muy raro Laia, muy raro —dijo Emma de manera muy rápida que apenas la entendí.
Pero ya a mi papá no lo iba a hacer parte de esto. Si el decidió ignorarme cuando le informé, es algo tan insignificante que supone que no merece su tiempo o hay algo detrás. Y lo último se me hacía más lógico.
Empecé a tranquilizar a Emma, se encontraba alterada y repitiendo lo mismo.
Él, sin embargo, estaba presentando su temática como cualquier maestro. Las mujeres estaban fascinadas y no las puedo culpar, pero que al menos disimulen un poco más.
Llevaba una camisa negra con los dos primeros botones de arriba sueltos dejando ver un poco de piel, unos jeans y zapatos negros. Su mano izquierda estaba decorada por un reloj plateado junto con un anillo en el dedo mayor del mismo color. Su cabello rizado ahora estaba hacia atrás, pero pequeños mechones salían a su frente.
Tenía el mismo aire de diversión que aquel día, al parecer se toma todo con demasiada relajación.
No ha hecho el primer contacto visual conmigo, a lo que me lleva a pensar que quizás si todo fue pura cosas del destino. Pero eso no me hará quedarme así porque yo se lo que vi, su lenguaje corporal era de una persona misteriosa que sabía perfectamente que estaba pasando allí.
—No les preguntaré a cada uno su nombre ya que eso lo podré aprender con el tiempo, si todos empiezan a presentarse como es lo habitual será una perdedera. Créanme que sus profesores no se memorizan ni cinco nombres. —Aseguró mientras se semi sentaba sobre el escritorio.
Estaba como si fuera un estudiante más y al parecer le estaba gustando a todos porque por primera vez se veían interesados en este taller. Emma a mi lado estaba agarrándose de mi brazo algo asustada pero ya menos tensa.
—Empezaremos con un ejercicio de comunicación para que vayan teniendo confianza, no se crean que duraré dos horas hablando yo solo.
Se escucharon las risas tras su comentario.
En ese momento nos dijo que nos pusiéramos en una fila con un metro de distancia por persona.
Hizo la típica dinámica de iniciar con una frase hasta que llegue a la ultima persona para saber como ha llegado dicha frase. Realizó esto varias veces.
Cuando ya volvimos a nuestros asientos comenzó a dar por finalizado el primer encuentro. Y justo ahora aprovecharé para llegar al fin de esto.
Los estudiantes empezaron a salir, algunas se paraban frente a él diciéndole no se que cosa.
¿¡Por qué eran tan intensas!?
Emma notó que me tardaba más de lo normal para organizar mi bolso y pararme. Estaba haciendo tiempo para que todos salieran.
—No ha sido tan mal, ya volví a estar tranquila.
—Yo me quedaré —me paré sin darle tiempo a su respuesta.
—¡Espera! Loca. ¿Qué crees que vas a hacer?
—Espérame afuera, por favor. Te prometo que será rápido.
La convencí mientras íbamos caminando hacia él. Cuando llegamos estaba viendo algo en su celular y levantó la mirada en duda de que hacíamos frente a él. Emma me dio un apretón de mano y entrecerró los ojos mientras lo miraba. ¿Eso fue un intento de dar miedo? porque dio todo lo contrario.
Esperé que cerrara la puerta y ya al fin hubo silencio en la sala.
—¿En qué puedo ayudarte? —dijo mientras guardaba su móvil y me miraba interesado.
—¿En qué puedes ayudarme? Quiero respuestas, y no te hagas el tonto.
Me sorprendió con la firmeza que esto salió de mi boca.
Él empezó a reírse mientras daba la vuelta a mi alrededor, y por inercia hice lo mismo.
—¿Respuestas? Pero aún no he dejado ningún cuestionario, y dudo que haga eso. Mis clases serán orales joven.
El énfasis que hizo en "orales" me hizo rodar los ojos.
—Bien, ahora resulta que has salido comediante.
—No, ¿acaso estas riendo?
—Exacto, no te sale. Toma esto con seriedad porque te juro que pierdo la paciencia ante tu sarcasmo en cada momento.
—Seriedad, seriedad, seriedad... —repitió con una sonrisa que se iba asomando.
—Sí.
—Creo que eso no se me da—dijo dando pasos hacia mí.
—¿Cómo es qué hace unos días parecías sospechoso de un acto de violencia y ya hoy eres un profesor? —levanté la mirada porque mientras más se acercaba, más baja quedaba frente a él.
—Pues la vida da muchas vueltas, hoy puedes ser un asesino y mañana un instructor en la mente humana.
—¿Estas admitiendo que eres un asesino?
—Solo fue un ejemplo, aunque si lo fuera, contigo tuviera la total libertad de confesarlo.
Eso hizo que algo se revolviera en mi estomago.
—¿Y cómo tienes la seguridad de que no lo diría?
Sonrió mientras me miraba fijamente a los ojos.
—Sabes... —Siguió avanzando hasta quedar muy cerca de mí— no te mentiría porque no se me dan esas cosas, pero efectivamente tampoco hablaría del tema aquí.
Y con esto último fue a agarrar su maletín listo para dejar el lugar.
—¿A donde si lo dijeras? —lo seguí instintivamente.
—¿Estas queriendo ir conmigo? —sonrió de lado mientras seguía hacia la puerta.
—Sí.
Y solté tan rápido que no lo pude retener.
—Hasta donde puedes llegar por saber una simple verdad, Laia.
Le iba a reprochar por saber mi nombre, pero recordé que tenía nuestro listado e iba a sonar muy estúpida. Además de que me da la impresión de que sabe mi nombre desde antes.
—Ni que quisiera estar contigo, pero esto no me dejará tranquila y más ahora que admites que hay una verdad detrás de todo y no es una coincidencia, Austin.
—Se oye muy sexi mi nombre en tu boca, deberías decírmelo más seguido.
—Cierra la boca.
Los nervios hicieron presencia.
No te muestres débil antes sus palabras, grandísima boba.
—Es un momento perfecto para decirte que me la cierres, pero mejor te digo que con la boca cerrada la verdad no será revelada. —Y se rio. Muy orgulloso de la rima que acababa de hacer.
No pude evitar sonreír, pero de inmediato volví a la firmeza que mantenía.
—¿Entonces? —Le dije sosteniendo mi bolsa de igual forma que él su maletín.
—Vámonos.
Y así fue como salí de la universidad, dejándome llevar de un desconocido solo por saber que pasaba cuando probablemente no había nada detrás.
Dicen que la curiosidad mató al gato, hay que cambiar ese dicho por la curiosidad mató a Laia.
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Justicia en nuestras manos
RandomLaia estaba segura que había hecho lo correcto, pero a veces se sentía una mala persona. Llegó él a darle esa seguridad completa. Ahora juntos lo hacían, y hacen justicia por sus propias manos.