La fiesta (parte 2)

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Chris parpadeó rápidamente intentando estabilizarse, ya que el exceso de alcohol no lo dejaba estar del todo bien. Austin lo observaba con lástima, con un airé de superioridad desde arriba.

—No pasa nada profesor. Son problemas de pareja —le aseguró.

—¿Pareja? —me miró sonriendo— Eso sí que no lo sabía.

Suspiré pasando adelante, quedando en medio de los dos.

—No somos pareja.

—¿No? —cuestionó Austin.

—¿No? —lo imitó Chris.

Me puse la mano en la cabeza, mientras Austin reía. Cuando terminó de su momento de burla, dio un paso al frente quedando cerca de Chris.

—Tú deberías irte a dormir, o cualquier otra cosa donde no te metas con ella.

—Esta es mi casa.

—Créeme que te verás mejor en cualquier otro lado, y no aquí.

—No se meta en esto, profesor. Laia y yo solo arreglamos lo nuestro, no pasa nada.

Ni siquiera se le estaba entendiendo lo que decía a la perfección, pero eso no fue impedimento para que Austin se fuera alterando.

—Bueno, creo que deberíamos irnos —hablé para finalizar.

—Sí, mi amor.

—No te lo decía a ti. Por Dios, Christian. Ya basta.

—¿Ya te había dicho que te queda hermoso ese vestido rojo? —cuestionó mientras hacía el intento de mirarme, ya que sus ojos se estaban cerrando.

—Bien, ya has dicho demasiado —le respondió agarrándolo fuertemente de la ropa.

Lo siguiente que siguió fue Austin sacándolo a zancadas del lugar mientras él le decía que era su casa.

Yo me encontraba detrás tratando de que la situación no se viera tan mal, pero realmente si necesitaba acostarse.

Bajando las escaleras se acercaron unos amigos de Chris confusos, les expliqué la situación y se lo llevaron cargándolo en sus hombros.

Austin volteó a mí con una sonrisa burlona.

—¿Qué clase de novio te consigues?

—Que no es mi novio.

—¿Y qué es?

—Mi ex.

—Eso lo hace aun más divertido —soltó una carcajada.

—Cállate.

—Cállame.

Se encontraba mirándome de una manera fija y traviesa.

Entonces la adrenalina que tenía desde hace un rato, me empezó a hacer ese efecto que tanto disfrutaba.

De pronto, empecé a observar detenidamente lo hermoso y atractivo que es.

Sus brazos se veían tan firmes, y que decir de como sus venas se marcaban de manera perfecta.

—Al parecer otra se ha callado —sonrió divertido— ¿Qué tanto me ves, Laia?

—¿No puedo?

—Si te hace feliz, por supuesto que puedes.

—Me haría feliz otra cosa en este momento.

Bien, definitivamente mi decadencia sexual está quedando en evidencia.

—¿Ah, sí? —soltó una carcajada, que a mis oídos le pareció demasiada sexi.

Justicia en nuestras manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora