—Toma —me pasó un plato con dos rebanadas de pizza— siempre ha sido tu comida favorita.
—No tengo hambre.
—Vamos. ¿Crees que te mataré con una pizza? Por favor, soy más creativo. Me ofendes.
Bueno, tenía razón. Pero no tenía deseos de comer.
—¿Y tú, rubia? Miren que la he horneado con mucho amor.
—No, gracias.
—Eres muy tierna, ¿lo sabías? —soltó una carcajada.
—Te van a encontrar —le advertí entre dientes.
—¿Quién? ¿Tu padre? —se volvió a reír— ¿O el narco traficante más poderoso del Este? Pues sí, podrían encontrarme.
—¿Narco?
Me miró confunso, como si yo debería saber.
—¿Qué te sorprende? Eres muy inteligente, no creerás que es un empresario que lleva la contabilidad de una empresa, ¿o sí?
El papá de Austin es... O sea qué, Austin también. Bueno, no tiene que ser igual que su padre, ¿o sí?
—Da igual. Esto no te va a durar.
—Pues, eso quiere decir que hay que aprovechar el tiempo. Tenemos que hacer todo antes de que lleguen —se echó una rebanada de pizza casi entera.
Comenzó a dirigirse a la cocina y dejó su plato ahí. Se sacudió las manos y empezó a caminar hacia Emma. La agarré con fuerza del brazo y viceversa.
—Vamos rubia —le dio un tirón que nos levantó a ambas.
—¿A donde crees que te la vas a llevar? ¡Suéltala!
Tenía la respiración a mil. Estaba entrando en una terrible preocupación. ¿Por qué a ella?
Intenté atraerla hacía a mí nuevamente, pero unos rugidos me detuvieron. Miré atrás y esos perros estaban ahí.
—Tranquilos —le dijo él— ya se va a comportar —me miró.
—Asher...
—Que no le haré nada. No soy tan injusto, por favor.
—Laia —me llamó Emma. Sus ojos empezaban a aguársele.
—Estaremos bien —le dije sin esperanza mientras mi voz se ahogaba.
—Bueno, "estaremos" suena a muchas personas —me sonrió y comenzó a alejarla de mí hasta que la perdí de vista.
Me siento atada sin estarlo. El simple hecho de no poder hacer absolutamente nada por esos dos animales que estaban ahí, mirándome fijamente, me tiene desesperada.
Intenté dar un paso, pero nuevamente esos rugidos me detuvieron.
Estaba llegando a un estado que ya no me iba a importar si tenía que pelearme con los perros, de alguna forma esto tenía que terminar, y no iba a ser yo quedándome sin hacer nada.
Los perros sin importar que tan entrenados estén, siempre serán juguetones, ¿no? Así que tenía que empezar a hacerme su amiga, poco a poco...
Me senté lentamente, y chasqueé los dedos con suavidad llamado la atención de cuatro hermosos y crudos ojos marrones. Ambos se quedaron mirando mis manos con intriga, y según yo, sus ojos empezaban a mostrarse tranquilos.
Eso es. Lo estoy logrando.
De repente, uno de ellos comenzó a caminar hacia a mí. Seguí moviendo mis manos cuidadosamente. Sus pasos iban lentos y precisos, y sus ojos no dejaban de mirar esos leves movimientos que hacía con mis manos.
ESTÁS LEYENDO
Justicia en nuestras manos
RandomLaia estaba segura que había hecho lo correcto, pero a veces se sentía una mala persona. Llegó él a darle esa seguridad completa. Ahora juntos lo hacían, y hacen justicia por sus propias manos.