La verdad de Austin

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Me quería contener, no me gusta llorar frente a nadie. Me hace sentir débil y es lo que siempre me encargo de no demostrar. Pero el dolor en el pecho y mi cuerpo temblando no fueron de ayuda.

En otros momentos estuviera preocupada y asustada en la forma en la que Austin está conduciendo, pero ahora incluso quisiera que lo hiciera más rápido.

Me miraba de reojo sin pronunciar una sola palabra. Ya me estaba irritando más de lo que ya estaba, pero lo ignoré y seguí en mi lucha de seguir reteniendo mis lagrimas.

Cuando el auto fue reduciendo me di cuenta que estábamos llegando a aquel lago que me trajo aquella vez, sentí un poco de paz al ver el paisaje.

Se bajó del auto y se dirigió a este sin esperarme. Esta vez no fue directo a una roca, sino a la orilla. Se sentó con cuidado y sus manos empezaron a jugar con el agua.

—Tienes una actitud demasiada tranquila para lo que está pasando.

—Ven y siéntate conmigo —respondió sin verme.

—Supongo que quiero quedarme parada.

—Necesitamos hablar... tranquilos —se volteó a mirarme— te lo mereces.

—Me merezco aclarar todo lo que está pasando.

—Lo haré. Acércate.

—¿Te quieres dejar de comportar tan tranquilo? ¿Cómo si no me has metido en todo esto? ¿Cómo si no acabo de ver a mi padre en... en eso?

—¿En eso?

—Sí, en eso. Trabajando para ti, o al menos así lo estoy entendiendo.

—Estas entendiendo mal.

—¡Pues empieza a explicarme!

Me siento alterada, nerviosa, con miedo de lo que pueda decir.

Suspiró y volvió su vista al agua.

Me sentía enojada con su actitud, con su tranquilidad, estando yo tan débil e irritada.

No me quedó de otra que acercarme a él y sentarme a su lado. Ya de cerca pude ver lo hermosa que se veía el agua y de cierta forma me relajó. La toqué tímidamente.

—Hace un tiempo pasó algo horrible en mi familia.

Empezó hablar, sin quitarle la mirada de encima a sus manos que seguían jugando con el agua.

—Algo que de alguna manera ha unido nuestra familia, o de una manera más especifica, a nuestros padres.

—No estoy enten-

Cállate.

—Se lo que le pasó a Raizel, y lo que hiciste tú.

Cualquier rasgo de paz que me hizo sentir por un momento haber tocado el agua fría, se esfumó.

Mi alma quiso salirse de mi cuerpo, y las lagrimas volvieron a asomarse.

—¿Desde cuando? ¿Como? ¿Desde cuando sabes de esto? ¡De mi!

—Si me dejas hablar podría contarte.

¿Ves? Te dijo que te calles de una forma educada.

Puse mis manos en mi cabeza, sentía que no aguantaba tanta angustia dentro de mí. Y mi cabeza empezaba a doler.

Lo miré. Lo miré con intriga y miedo a la vez.

Y entonces se paró con rabia.

—¿A donde vas?

—Hace unos años atrás mi hermana menor murió.

Abrí los ojos sorprendida y por un momento quise pararme y acercarme en forma de apoyo. Pero su cara me decía que lo mejor que podía hacer era dejarlo terminar, tranquilo.

Justicia en nuestras manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora