AUSTIN
La sensación de beber agua después de una tanda de ejercicio debe ser la misma de morir e ir al cielo, aunque tal vez nunca experimente la última.
Exactamente cuarenta minutos dándole a la bolsa de boxeo como si no hubiera un mañana.
¿Ejercicio o ensayando? Digamos que las dos.
Me dirijo al baño a tomar una ducha la cual me hace mucha falta.
El agua está fría y baja en su máxima presión. Mi cabello reacciona a esta bajando hasta taparme la cara; lo echo hacia atrás y sigo en el proceso.
Aquí debajo del agua pienso en lo que nos espera este día, y no por mí o por Gael, sino por Laia.
¿Realmente está preparada? A veces cuestiono este plan, pero creo que es una buena forma de traerle de vuelta esa fuerza que está en ella y que la use a su favor.
A pesar de todo no me quejo de las circunstancias, puesto que, no solo haré esto que tanto me fascina, sino que la ayudaré. No es como si la conociera de toda la vida, pero es excitante arrastrarla a este camino. A un buen camino.
Pronto se acerca el gran día, el día donde verá a su pasado frente a ella y lo volverá a enfrentar como lo hizo aquella niña de diez años, que aunque no me sepa en su totalidad la historia, se que fue una guerrera en todo el sentido de la palabra.
Se me hace difícil no ser directo y decirle que es lo que está pasando y pasará, pero también se que yendo despacio puede dar más resultados.
Terminando la ducha me doy cuenta que no traje la toalla conmigo, motivo por el cual tengo que salir desnudo. Tampoco es que sea lo más extraño ya que estoy en mi habitación, pero hace frío y me arrepiento de lo despistado que suelo ser.
Sacudiendo mi cabello para sacar el agua, voy caminando hasta abrir la puerta. Con toda la naturaleza posible me dirijo al lado del closet donde alcancé a ver mi toalla y al voltearme mis ojos se abren por la sorpresa.
—¡Austin! —exclamó Laia desde un sillón al lado de la puerta de entrada.
Sonreí ante la situación y le respondí:
—Vamos chica, si querías verme me lo hubieras podido decir.
—¡Cómo es qué sales así! ¡Por Dios!
Suelo ver cosas donde no las hay para crear mi propio mundo, pero definitivamente estoy viendo a una Laia ponerse roja y tapándose la cara. Le hace justicia al emoji del mono.
—Tú eres la que estas en mi habitación, ¿no? —reí mientras me sujetaba la toalla a la cintura.
—Me dijiste que estuviera aquí a las nueve, y adivina.
—¿Qué?
—¡Son las nueve!
—"Aquí" puede ser en cualquier lugar de la casa, no precisamente en mi cuarto. Pero vamos, que no te estoy botando, puedes quedarte.
—E-eres de lo peor —tartamudeó quitándose las manos de su cara.
Reí mirando su reacción, porque a pesar de estarse quejando seguía ahí sentada.
—Bueno, ¿saldrás o me cambio en tu presencia?
—¡Ya quisieras! —exclamó de vuelta, tropezando al pararse.
—Esto es muy divertido.
—¡Ya cállate!
Y con esto salió rápidamente de la habitación.
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Justicia en nuestras manos
LosoweLaia estaba segura que había hecho lo correcto, pero a veces se sentía una mala persona. Llegó él a darle esa seguridad completa. Ahora juntos lo hacían, y hacen justicia por sus propias manos.