EL CAMPO. Precio.

90 1 0
                                    

La noticia de que el precio del cacao había vuelto a bajar llegó al campameto un par de semanas después. Primero fue un rumor, y después una realidad confirmada por el mal humor de Manu Sibango, que se pasó tres días pegando gritos. Una suerte de callada desesperación, seguida de un manto de resignación e impotencia, se extendió entre nosotros. Ieobá Bayabei evitó enfrentarse a mis ojos.

Nadie se quejó. Ninguna voz se elevó por encima de las demás para exigir justicia, para quejarse, para decir que nosotros no teníamos la culpa.

Engañados, esclavizados, perdidos en mitad de la selva sin que nadie supiera que existíamos.

¿Qué podíamos hacer?

Alguien dijo haber visto llorar a Manu Sibango, pero no le creímos.

¿Llora el diablo?¿Llora el que no tiene corazón?

El amo nos reunió a la noche siguiente para hablarnos. Mejor o peor, sabía nuestras lenguas aunque, si no era para hablarnos de uno en uno, se dirgía a todos en francés. Se subió a una silla, junto a la estaca en la que yo había sido azotado, y con voz trágica anunció lo que ya sabíamos.

-¡El precio del cacao ha vuelto a bajar! -gritó.

Esperó nuestra reacción, pero nadie dijo nada. No nos movimos.

-¡Este año no vais a poder cobrar vuestros sueldos, ni a restituirme lo que me debéis aquellos que adeudáis la comisión que pagué por vosotros a los intermediarios! -continuó a voz en grito-. ¡Pero no es vuestra culpa ni la mía! ¡Vosotros habéis trabajado bien, y yo soy un buen amo que os alimenta y os cuida! ¡La culpa es de los niños alemanes, franceses, italianos, españoles, americanos...! ¡La culpa es de esos niños que beben cada día vuestro cacao y comen el chocolate que se hace con él, pero no quieren darnos lo que vale!

-¿Qué clase de niños odiosos son esos? -escupió alguien a mi lado.

-Yo los mataría con mi machete -respondió otro.

-Toman cacao para ser oscuros, como nosotros. Son niños enfermos, blancos, sin vida -aseguró un tercero.

-¡Hemos de seguir trabajando! -dijo Manu Sibango-. ¡Si nos rendimos ahora moriremos de hambre. Así que el proximo año vamos a tener la mejor cosecha, y seguro que entonces los precios habrán subido! ¿Estáis de acuerdo?

No hubo un excesivo entusiasmo, pero tampoco una absoluta desmoralización. Los veteranos ya conocían la escena por años anteriores. Los nuevos pensaban que, de todas formas, iban a seguir allí aquel año, y otro, y otro más. Muchos teníamos miedo de escapar, aunque lo deseáramos. Sin embargo, la mayoría se resignaba por no tener adónde ir, perdidas sus raíces, sus orígenes, lejos de sus casas, y de lo que un día fueron sus familias.

Yo seguía pensando en aquellos niños de los que había hablado Manu Sibango.

Sabía que el amo era un ladrón, pero aún así, algo en mi interior no quiso creerle.

Necesiaba creerle.

Y odié a aquellos niños.

La piel de la memoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora