LA ESCLAVITUD. Transacción.

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Apenas si saludó al hombre de los tres nombres. Lo primero que hizo fue examinarnos, y nosotros a él, aunque de distinta forma. Manu Sibango tendría unos cuarenta años, llevaba una chaqueta de color rojo, con la cremallera abierta hasta el ombligo, y unos pantalones llenos de bolsillos, Calzaba  unas sandalias y se tocaba con un sombrero de paja ennegrecido por el sudor. Su rostro era redondo, de mirada cansina, como si se acabase de levantar de la cama. Una sombría calma se desprendía de sus ojos pequeños y rojizos. Tenía la boca grande y las manos fuertes. Pero lo que más nos impresiono fue el látigo que colgaba de su cinto y el silbato de caña que prendía de su cuello.

-¿De dónde son? - le preguntó a Zippo.

-Malí -dijo él.

-¿Hablan francés?

-No creo.

-¿Dioula?

-Por supuesto.

Ahora se dirigió a nosotros.

-¿Qué edad tenéis?

-Doce.

-Quitaos la camisa.

Lo hicimos y nos tocó los brazos, por arriba y por abajo. Calculó nuestra fuerza presionando los bíceps. Nos examinó las manos, la palma y el dorso. Nos presionó el pecho y el vientre, luego hizo lo mismo con la espalda. Mis heridas de vara ya habían cicatrizado. Aun así. Manu Sibango tocó la de la espalda y sentí una quemazón.

-Los pantalones, abajo.

Le obedecimos. El látigo tenía más voz y más poder que la vara de Zippo. Nos bajamos los pantalones sin llegar a quitárnoslos y él nos tocó las piernas, los muslos, los gemelos, y también el sexo. Fue como si sopesara nuestros testículos. Por último, nos examinó el prepucio.

-Están sanos -le aclaró Zippo.

Manu Sibango no dijo nada.

-Vestíos -ordenó-

Nos subimos los pantalones y los atamos con el cordel. La camisa la dejamos abierta. Hacía un calor sofocante, y la humedad se pegaba al cuerpo como una segunda capa de piel. Estábamos como flotando en mitad de un silencio roto tan sólo por un lejano canto. No se veía a nadie cerca.

-Jóvenes y fuertes -habló Zippo haciendo un gesto de nerviosa ansiedad.

-Jóvenes e inexpertos -exclamo el dueño de la plantación.

-¿Vamos a discutir también esta ves? No quiero regatear. Ha sido una largo camino hasta aquí.

-Tampoco yo quiero regatear -Manu Sibango se encogió de hombros cansinamente-, pero el precio del cacao no para de bajar y bajar. Es terrible. No puedo pagarte ni siquiera lo de la ultima vez.

-¿Bromeas? ¡Te los he traído directamente a ti! ¿Quieres que me los lleve a otra plantación?

Manu Sibango de cruzó de brazos.

-¡Manu! -protesto Zippo.

-Díselo a los europeos, los americanos y los asiáticos. Ellos tienen la culpa.

-¡He pagado mucho por cada uno de ellos!

-Veinte a lo sumo.

-¡Treinta por el mayor y veinticinco por el pequeño!

-¿Vas a engañar al viejo Manu Sibango?

-¡Es verdad, te lo juro!

- Te doy treinta y cinco por cada uno, ni una más-

-¡Cuarenta!

-No, treinta y cinco, y no estoy regateando. Esto es en serio. Lo tomas o lo dejas.

-¡Eres un ladrón!

Manu Sibango se plantó. Nosotros no importábamos. Todo aquello era entre ellos. Pero si uno de los dos tenia que ganar, ése era el hombre del látigo al cinto y el silbato colgado del cuello. Zippo acabó comprendiéndolo. Quería desprenderse de nosotros y regresar a su casa, estuviese dónde estuviese.

-No volveré a traerte trabajadores -se rindió.

-Vamos a mi cabaña -abrió el paso Manu Sibango-. Beberemos un vaso de tchapalo y te pagaré.

-¿No tienes kooukou?

Los dos se alejaron dejándonos allí solos.

Diez minutos después seguíamos en el mismo sitio, sin atrevernos a movernos.

Fue la penúltima vez que vi a Zippo, también llamado Duadi Dialabou, también conocido como Uele Dourou. Se subió al coche en el que nos había traído y se alejo sin echarnos ni siquiera una ultima mirada.

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- Dioula. Una de las lenguas más comunes en Malí, Costa de Marfil y Burkina Faso, aunque el francés sea el idioma oficial en los tres países.

- Tchapalo. Cerveza de mijo.

- Kotoukou. Aguardiente echo a base de bangui, la savia de la palmera, amarga y dulce a la vez.

La piel de la memoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora