EL CAMINO. Indicios

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Durante la gran arte de la jornada siguiente, ya no nos detuvimos salvo para comer o repostar gasolina que llevaba el hombre en los bidones atados a ambos lados del coche.  Cuando paramos para comer pudimos bajar y estirar las piernas.

-Ni se os ocurra echar a correr. El pueblo más cercano está a dos horas de aquí y morirías en la espesura, ¿de acuerdo?

Los caminos se hicieron más abruptos y la selva más impenetrables. Zippo, que al amanecer no había dicho nada al encontrarse a los tres niños sin las mordazas y las ataduras e las manos -a fin de cuentas ya no lloraban-, tenía los cinco sentidos puestos  en la conducción. A media tarde, el todoterreno volvió a detenerse y vimos un pequeño campamento con tres tiendas de campaña retiradas en mitad del calvero del bosque. Dos hombres se acercaron a nuestro comprador sin alarmarse por su presencia. Comprendimos que le conocían.

-Uele Dourou - Dijo  uno -, te hacíamos al otro lado de la frontera.

- Voy y vengo mucho - Respondió Zippo. llamado Duadi Dialabou según Ieoba y ahora conocido como Uele Dourou por aquellos desconocidos -. ¿Qué tal todo?

- Estamos esperando Minsei. Pero no está siendo una buena época - Reconoció el que había hablado.

- No, no es una buena época - Le secundó el otro-

- ¿Cuántos llevas? - Preguntó el primero.

- Cinco - Dijo el hombre que tenía tantos nombres.

- No está mal -  Ponderó el segundo.

- Porque voy lejos, muy arriba, a buscarlos. A los pueblos  del este. De cualquier forma, antes viajaba con el coche lleno, eso sí es cierto.

Los dos hombres atisbaron en el interior del vehículo, para mirarnos. Uno era más negro que la noche y el otro de color chocolate. Uno tenía una enorme cicatriz que le deformaba la cara, y el otro era muy viejo y le faltaba la mano izquierda. Pero ambos tenían miradas de cocodrilo.

- ¿Te atreves con los pequeños? - Dijo el de la cicatriz.

- ¿Por qué no?

- Últimamente no tienen tanta salida. Hay problemas con ellos.

- Era el lote completo. Tres a precio de uno. No creo que salga perdiendo. ¿Cómo está la frontera?

- No lo intentes por Kadiana. Utiliza las rutas entre Fakola y Manankoro.

- Es lo que pensaba hacer - Reconoció el hombre.

Yo memoricé todos aquellos nombres que no conocía y que resultaron ser pueblos y ciudades situadas al sur de mi país, Malí, cerca de la frontera con Costa de Marfíl, nuestro destino. Tiempo después, los reconocí al mirar por primera vez en un mapa. Allí estaban. Todos y cada uno. Todos menos mi pueblo, que jamás ha salido en uno.

- De todas formas no hay excesiva vigilancia.

- No, como siempre.

- Ya.

los tres hombres se apartaron del coche y nos quedamos solos, los cinco, unos minutos, mirándonos en silencio.

Pasar la frontera.

Estábamos más lejos de casa de lo que jamás hubiéramos soñado, e íbamos aún más lejos.

La frontera es siempre sinónimos de más allá.

Y para mi gente, sinónimo de <no regreso>.


La piel de la memoria.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora