cuatro

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Los días seguían pasando sorprendentemente rápido y el semblante serio se plantó en tu mirada, estabas estática e inmóvil frente a la casa de tus padres, habías intentado esto tantas veces que hasta parecía rutina. Pasaron meses desde que te fuiste, unos siete, casi los mismos que llevabas conviviendo con Yelena. Múltiples causa hicieron que tomaras esa decisión; la violencia, la victimización de su parte, las discusiones, todo. Aún así era bueno cuando estabas lejos de aquellas cosas que te recordaban a Hange, era bueno porque ya no estaban los constantes recuerdos o culpabilidad, el insistente sentimiento de querer salir corriendo y esconderte en algún lugar.

Aquel lugar pronto se convirtió en los brazos de Lena, siendo tu "lugar seguro".

Algo te dijo no cuando la llave que aún conservabas se dispuso a ser girada sobre la cerradura, esto hizo que retrocedas y tomaras distancia. Lo único que pudiste hacer fue alejarte, tus pies parecían moverse de una manera desesperada, sintiendo como tus piernas se debilitaban y tu boca se secaba.

La extraña sensación de querer estar abrazada por tu novia recorrió tu cuerpo, necesitabas tanto de ella, era lo único que tenías y también, lo unico que te permitías tener. Lo único que tendrías que tener. Necesitabas de su llamado o de sus tontas caricias, de su tonto consulo que raramente ayudaba.

Las calles estaban tan desoladas como siempre lo estuvieron, y cada que te acercabas a aquel viejo y hasta abandonado supermercado, podías sentir como era experiencia de ir cada vez que la banda ensayaba.
Era algo especial, siempre los escuchaste tocar puesto que nunca fuiste buena en la música, apenas sabías tocar unos acordes.

El ambiente en el cual te criaste siempre fue un tanto sofocante, pero el estar con Jean, Connie y más tarde Hange era lo que desconectaba de todo, apenas los conociste tus fosas nasales se vieron invadidas por su tabaco, para que posteriormente comience a ingresar por tu boca y pulmones. En cierto sentido creciste con ellos, apenas tenías diecisiete cuando todo empezó y lo rápido que trataste de llevarle el paso era preocupante. Eran unos tres años más grande que tú, el hecho de rodearte con personas mayores hizo que crezcas rápido y darle el espacio a Hange a hacer lo que quiera con tu aún inmadura conciencia.

Nunca la culpaste por ello, era algo inevitable y hasta obvio.

Luego de comprar el usual paquete de cigarrillos, pudiste ver lo decaído de estaba, los pisos sucios y las telas de araña, los productos llenos de polvo, podías apostar que hasta algunos caducados.

Tu cuerpo se desvaneció sobre el suelo luego de salir de allí y pagar, el pasto crecido rozaba la tela de tu jean. La parte del frente era extensa y larga, podías sentir como el aire corría por el lugar y daba sobre tu rostro. Necesitabas un lugar en silencio, necesitabas al menos un lugar donde nadie pudiera molestarte.

El cigarrillo se encendió para darle una larga calada, soltando el aire de forma  entrecortada, las lágrimas habían comenzando a correr y no entendías el porqué. Quizás era por tu familia, la universidad, Hange, o quizás también un conjunto de cosas que llevaba a hogarte en tu propia miseria.

Seguías necesitando de la llamada de Yelena, pero no querías molestar.

Viste tu celular y esperaste unos segundos para ver si estaba conectada o si te escribía. Tu vista se nubló por completo porque sabía que no lo iba a hacer y las gotas que al principio parecían calmas, se transformaron en un mar que afectaba a tu respiración.

—¿(n)? —la voz reconocida llenó tus oídos, para que al levantar la vista la veas, su figura predispuesta a molestarte con una burlezca sonrisa en sus labios —¿Por que llorás?, ¿Tu noviecita te dejó?

Tu pecho se infló para desimflarse con estrés luego de unos segundos, tu manos se posaron sobre tus ojos para secar tus lágrimas repetidas veces, juntando tus rodillas.

CASSETTE | hange zoëDonde viven las historias. Descúbrelo ahora