Prologo

1K 42 0
                                    

Kian

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Kian.

Repiqueteo los dedos en la barra de metal del ascensor mientras observo la bella noche de Brooklyn a través del cristal. Respiro el aire frío que se cuela por los orificios del ascensor y me saco la corbata intentando no asfixiarme con el ambiente pesado.

Tome unas cuantas cervezas en algún lugar y el alcohol siempre me hace sentir somnoliento, pero después de las palabras del portero cualquier tipo de sueño desapareció.

-Un hombre subió hace una media hora -aviso en un susurro-. Estaba buscándolo y le he dicho que no estaba, pero no estaba dispuesto a irse.

El hombre se negó a darle su nombre al portero y el chico estaba a punto de llamar a la policía cuando yo llegue. Llamar a la policía hubiera sido lo más conveniente, pero me negué a la idea cuando oí la descripción física del aparecido.

Puede que hayan pasado algunos años, pero todavía puedo recordar a ese hombre como si lo hubiera visto ayer.

Estaba seguro de con quien me encontraría cuando cruzara el ascensor, pero lo que me tenía nervioso y con la piel erizada era el porqué de su visita. Sabía que tarde o temprano se cobraría el favor que me hizo hace unos años, pero no estaba preparado para que fuera tan pronto.

Me paso las manos por el cabello y suelto el aire cuando escucho el sonido del ascensor llegar al último piso. Me preocupa un poco el cómo me encontró, pero conociéndolo me buscaría hasta por debajo de las piedras.

Salgo del ascensor y camino por el pasillo sintiendo todo el cuerpo pesado. No me detengo cuando diviso al hombre recargado a un lado de la puerta de mi departamento. Cinco años no fueron suficientes para mí, necesito un poco más, necesito seguir siendo lo que era hace unos segundos y quiero un poco de paz en mi vida.

Sabía perfectamente que mi vida daría un vuelco en cuanto le dirigiera la palabra, y lo único que yo quería era ignorar su presencia, entrar a mi departamento y seguir con mi vida como lo había estado haciendo.

Pero era imposible. Nadie ignoraba a Michael Collins, ni siquiera yo que me importaban una mierda las órdenes de otras personas.

Él me había ayudado y estaba agradecido con él, pero nunca entendería el porqué de mis acciones y eso lo hacía desechable en mi vida.

-¿Qué haces aquí? -mi voz sale fuerte y más segura de lo que esperaba. No le doy una sonrisa ni un saludo por el simple hecho de que no me hace gracia su aparición.

Lo quiero lejos de todo lo que es mío.

Lleva una camisa común y pantalones chandal que definitivamente no lo hacen ver más joven, como él seguramente piensa. Me dobla la edad, pero sigue estando en forma. Al fin y al cabo es lo que se espera de alguien como él.

Sus ojos marrones se posan sobre mí y me analiza por unos segundos. Sé que el último recuerdo que tiene de mí es de alguien de veintitrés años, con la cabeza gacha, sentado en una sala de interrogación y completamente destruido.

Es exactamente así como me sentía.

-Sabes a lo que vine -Se cruza de brazos y su voz se escucha cansada y tormentosa-. Es hora de que dejes de esconderte.

Escucho risas dulces e infantiles detrás de la puerta y me tenso cuando su mirada se dirige a ella. Oculto mi tensión detrás de una falsa seguridad y le doy una sonrisa de burla en un intento por desviar su atención.

-Nunca he estado escondido -aseguro-. No es como si me hubiera cambiado el nombre.

-Como sea, me debes un favor y es ahora cuando lo necesito -aclara-. Solo ayúdame con esto y cuando lo termines me desapareceré de tu vida y podrás seguir con la tuya.

En cierta parte agradezco que esté aquí, porque después de esto ya no estaré pensando en cuando aparecerá para cobrárselo, podré dormir tranquilo y viviré la vida que tanto deseo.

Asiento y con una sonrisa me da una palmada en el hombro como si fuera un puto niño.

-Hablemos en otro lugar -Empieza a caminar y lo sigo hasta el ascensor-. No harás nada de lo que no sabes hacer ya, así que, deja esa cara.

Horas después regreso a mi departamento y acostado en mi cama me repito lo que tengo que hacer: investigar y espiar a una mujer. Solamente serán tres meses, no más que eso. Sin embargo, tres meses es el suficiente tiempo para cambiar la vida de alguien.

God of deception [Libro#1] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora