El ataque de los tres leones

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A pesar de que el viaje que emprenderían al reino de Ruo era algo largo, Simba decidió llevar a uno de sus hijos con él, y después de analizarlo adecuadamente y llegar a la conclusión de que, aunque le podría ser de más utilidad a Kiara, Kion sería el indicado para que conociera mínimo un poco acerca de cómo es vivir fuera de las Tierras del Reino, y en su ausencia, Kiara y Kovu podrían intentar ser reyes durante esos días, siendo supervisados por Nala para que nada malo ocurriera.

Así fue y llegó el día en el que los dos leones debían partir, por lo que se despidieron de su manada y después de que Nala terminara de charlar con Simba ya que, al ser muy protectora con todos e incluso con su pareja, le preocupaba el hecho de que se fueran por varios días, pero al final Simba la convenció de que todo saldría bien. Y así finalmente padre e hijo emprendieron su viaje.

—Papá ¿por qué decidiste llevarme contigo? ¿No era mejor que Kiara te hubiese acompañado, o incluso Kovu?

—Prefiero que ambos permanezcan en el reino cuidando todo a su alrededor...

—Pero yo también podría haber hecho eso con la Guardia del León, aunque no lo creas.

Simba volteó hacia su hijo y, como si no hubiera escuchado este último comentario del joven, sólo sonrió y concluyó:

—Vamos Kion, te hará bien venir, ya no pienses en eso y disfruta del camino.

—¡¿Y qué es lo que vamos a comer?!

—Cazaremos ¿Qué problema hay con eso?

Kion lo admitía, se sentía un poco atemorizado, no se imaginaban el peligro que los podría acechar en cualquier momento por lo que siempre estaba alerta aún cuando su padre se veía relajado y confiado, y la idea de cazar tampoco le entusiasmaba demasiado, en su hogar las leonas son las que se hacen cargo de eso y, aunque había practicado tiempo atrás, no se sentía capaz de matar a un animal con sus propias garras; incluso por esa causa a veces se sentía débil, a veces pensaba en cómo su hermana, otras leonas e incluso Fuli ya comenzaban a cazar por su cuenta mientras que él sólo observaba, pero con el paso del tiempo se le pasaba esa sensación de no ser lo suficientemente fuerte para hacer ese tipo de cosas.

Los dos leones ya habían pasado un día entero caminando. Cruzaron un desierto completamente seco, pero con algunas grandes rocas que ofrecían algo de sombra, y duraron el resto del día avanzando por unas verdes praderas parecidas a donde vivían cuando llegó la noche, por lo que decidieron descansar en esos frescos pastos.

Durante toda la noche durmieron tranquilos y sin ningún inconveniente, pero aún así Kion tardó en conciliar el sueño creando en su mente posibles situaciones en las que podrían llevarse a encontrar, sin embargo no fue capaz de buscar una solución a todas esas opciones porque era más el cansancio que sentía, agregando la tranquilidad que se percibía en el ambiente, por lo que por esa causa fue capaz de descansar cómodamente.

En fin, el nuevo día llegó y luego de beber agua cerca de un manantial que encontraron por allí, tal vez con las mismas aguas que pasaban por su reino, prosiguieron su rumbo adentrándose a la selva.

—¿Por qué Zazú no nos acompañó también si él es un ave y puede estar fuera del peligro?

Simba rio un poco y respondió:

—Imagina a Zazú aquí. Él siempre ha pertenecido a nuestras tierras y además, no sabes con lo que te puedes encontrar en estos lugares.

Kion giró su cabeza mirando a todas direcciones y después de revisar con detalle su entorno, continuó cambiando de tema:

—¿Así era el lugar donde viviste con Timón y Pumba?

Simba echó un vistazo.

—Sí, algo parecido, aunque menos húmedo.

Cuando los Leones se ConocenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora