Estadía en el Reino de Ruo

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Al día siguiente continuaron avanzando por terrenos desérticos que, a pesar que son lugares secos, contaban con más vegetación de lo habitual, hasta que por fin lograron llegar a los límites de aquel reino a medio día.

—¿Aquí es?

—Así es Kion.

—Guau ¡es enorme! Y mira los pastos, parecen estar secos, pero incluso son más altos que en nuestras praderas. —Kion parecía estar muy emocionado por conocer nuevos lugares, a pesar que en un inicio no quería realizar el viaje.

Simba sonrió y se dirigió al joven león.

—¿Ves todos esos árboles de allá? —dijo mientras señalaba el lugar a lo lejos— También hay una cueva escondida entre lo verde y ahí es donde vive toda la manada de Ruo.

Kion no esperó indicaciones para dirigirse hacia donde le había apuntado su padre.

Cuando llegaron a los árboles mencionados por Simba, se encontraron con varios leones reyes de otros reinos. A la mayoría ya los conocía el león mayor, sin embargo había otros a quienes nunca había visto, o tal vez simplemente no recordaba sus rostros. Siguieron adentrándose y saludando hasta que se encontraron con Ruo, un león tan grande como Mufasa de melena café oscuro mezclado con un tono de pelaje marrón tan claro que casi llegaba a parecer blanco.

—¡Simba! Qué gusto me da verte ¿cómo has estado?

—Hola Ruo...

Ruo lo interrumpió y preguntó con el mismo entusiasmo.

—¿Y quién es ese jovencito que traes contigo?

—Es mi hijo.

—Soy Kion, señor —respondió tratando de sonar como un león maduro.

—Muy bien Kion, si quieres puedes ir allí dentro, —señaló la cueva— ahí hay otros leones de tu edad, puedes pasar un rato con ellos y por qué no hacer nuevos amigos.

—¿Puedo ir papá? —preguntó tratando de no parecer emocionado, aunque en realidad sentía todo lo contrario.

—Claro —afirmó al mismo tiempo que asentía con la cabeza.

Kion corrió a la dirección que el gran león le había indicado mientras que Ruo llevaba a Simba con los otros leones.

Cuando Kion entró a la cueva había algunas leonas y cachorros, pero no fue capaz de ver a alguien igual que él. Hasta que, sin esperarlo, salió de lo más profundo una leona de su mismo tamaño.

—¿Quién eres? —preguntó secante.

A pesar de eso, el macho respondió con gentileza.

—Hola, soy Kion ¿y tú?

—Me llamo Cora.

—Qué lindo nombre. —Kion no se había dado cuenta, pero Cora lo había cautivado totalmente en el primer instante que la vio salir de la oscuridad y la luz iluminó su pelaje dorado.

Los dos jóvenes leones salieron y se dirigieron a un lugar cerca de allí en donde había un par de machos como ellos. Kion les contó de dónde venía y al cabo de un rato ya estaban los cuatro jugando como si fueran cachorros que se conocieran de toda la vida.

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Por otro lado, los adultos se reunieron al atardecer y trataron sobre diversos temas llegando a crear acuerdos unos con otros.

Al concluir, ya de noche y siendo iluminados por la luna llena, permanecieron reunidos pero ahora para charlar ya no como encargados de sus manadas, sino como simples amigos.

Cuando los Leones se ConocenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora