Raquel se debatía sin descanso contra sus ataduras en aquella bañera llena de agua que la mantenía prisionera y privada de sus extremidades inferiores, transformadas, al contacto con el agua, en una larga y escamosa cola dorada. Kathya y Mikhail entraron al cuarto de baño un par de veces durante la tarde. Intentaron sonsacarle la información que había estado ocultando, pero ella se mantuvo inflexible.
Cuando se quedó sola, intentó zafarse de la bañera, arrastrándose, agarrando el borde como podía e intentando escapar. No sin esfuerzo lo logró, apoyando los codos en la parte exterior de la bañera y sirviéndose de ellos para, finalmente, conseguir salir y caer al suelo. Rodó por el baño, dejando una estela de agua en el suelo. Aún no podía levantarse debido a su cola, pero ésta no tardaría en secarse y volvería a tener apariencia humana. Cuando tuviera sus piernas de nuevo, se dirigiría a la sala vigilada por los vampiros y se haría con el relicario. Pacientemente esperó a secarse, sin hacer ruido, tirada en el frío suelo. La cola empezaba a perder el brillo que había tenido en contacto con el agua. Poco a poco, la cola desapareció y dos largas piernas la sustituyeron. Raquel se puso en pie y se miró al espejo. Su pelo rubio aún estaba húmedo y algunas gotas descendían sobre sus hombros. Las secó con una toalla y salió del baño. Aguzó el oído. No parecía haber un alma, pero sabía que había gente allí.
Cruzó la sede de la ADICT con absoluto sigilo. Juanjo y Héctor estaban charlando en la biblioteca. Raquel sonrió. Parecía que, con casi todos en Roma, iba a tener la vía casi libre. Los cuatro vampiros que vigilaban el relicario eran su único obstáculo. Y tenía un arma poderosa para librarse de ellos. Bajó al sótano, y encaró la puerta de la sala de aislamiento, donde se custodiaba el relicario con el Lignum Crucis. De improviso, dio una patada a la puerta y lanzó un chillido ultrasónico al mismo tiempo que lanzaba cuatro tentáculos con los que aprisionó a los vampiros que, pillados por sorpresa, nada pudieron hacer. Natalia, Silvia, Kathya y Mikhail cayeron inconscientes al suelo. Raquel sonrió y se dirigió a la caja fuerte. Lanzó sus tentáculos contra la puerta de la caja y la arrancó de cuajo. No lo importó hacer ruido. Cogió la caja que contenía el relicario en su interior y salió de la sala de aislamiento. Subió las escaleras. Pero no todo iba a ser tan fácil. Alguien la esperaba arriba.
―¿Ibas a alguna parte?
Marta apuntaba con su pistola thaser a la sirena. Raquel sonrió con vehemencia.
―Sí. Me llevo vuestro pequeño tesoro.
Juanjo y Héctor aparecieron al lado de Marta. Habían oído la caja fuerte saltar en pedazos.
―¿Pero qué...?―preguntó Juanjo.
Marta no esperó para disparar, pero Raquel fue más rápida. Con tres tentáculos agarró a los chicos por las piernas y los lanzó contra el suelo. Acto seguido, Marco, Mónica, Guillermo y Sandra salieron de la sala en la que estaban, tras haber oído el escándalo.
―¿Pero qué...?―intentó decir Marco.
Raquel había saltado por la ventana. Marta se incorporaba. Agarró su pistola y salió por la puerta.
―¡Espera! ―exclamó Juanjo, corriendo tras ella.
El vuelo había salido de madrugada. El avión tomaba tierra con el alba. Cuando Javi bajó del avión y pudo encender su teléfono móvil, lo primero que vio fue un mensaje de Marta.
"La sirena ha escapado con el relicario del Lignum Crucis. Juanjo y yo la estamos siguiendo".
―Maldita sea―murmuró Javi. Enseñó el mensaje a Laura y a Sergio.