El mismo viernes Javi y Laura partieron hacia Cáceres. El viaje fue largo, desde las diez de la mañana hasta las diez de la noche, en autobús. Nada más llegar al hotel, ordenaron el equipaje en la habitación y se echaron a dormir, cansados del viaje.
A la mañana siguiente se despertaron a las ocho, desayunaron, y a las nueve ya estaban listos para ir al pueblo y echar un vistazo al cementerio antiguo. Tuvieron que coger un taxi para llegar hasta Talaván. Una vez allí, miraron alrededor. Era un pueblo acogedor y pequeño. A lo largo de los últimos años su población había disminuido notablemente. La gente abandonaba el pueblo y se iba a otros lugares. Laura miró a Javi.
―¿Dónde está el cementerio ese?
―Lo mejor es que preguntemos a alguien. A ese señor de allí, mismo.
Se acercaron al hombre, que estaba pintando la fachada de su casa.
―Buenos días...―dijo Laura.
―Buenos días― el hombre dejó de pintar y les miró.
―¿Podría decirnos cómo llegar al cementerio antiguo?
La pregunta causó un efecto extraño. El hombre les miró como si estuvieran locos.
―No vayáis a ese sitio. Está maldito.
―Verá, somos una asociación de detectives―respondió Javi―, y vamos tras una pista que nos ha conducido hasta este sitio...
―Ese lugar está maldito. Las almas de los condenados vagan por la cripta― respondió el hombre―. Es mejor que no vayáis allí. Si las molestáis, el alma del Hombre Gato os perseguirá eternamente.
―¿El Hombre Gato?―se extrañó Javi, mirando a Laura.
―Más os vale no incordiarles―insistió el hombre―. Hay cosas mejores que ver que ese viejo y podrido cementerio. Nadie en este pueblo va nunca allí.
―De todas formas queremos echar un vistazo― dijo Laura.
―Os he prevenido―contestó el hombre―. Seguid el camino hasta el final. Allí lo veréis. No rompáis las ramas de la higuera al trepar el muro. A los condenados eso no les gustaría.
Javi y Laura se miraron.
―Estoy empezando a tener miedo―dijo Laura, mientras echaban a andar por el camino que llevaba hasta el cementerio.
―Son supersticiones de pueblo―Javi le dio la mano, intentando que se tranquilizara―. En los pueblos pequeños estas cosas son normales. Todas estas leyendas urbanas son típicas, y han estado pasando de generación en generación hasta nuestros días. Y seguro que corregidas y aumentadas.
Caminaron hasta el final del sendero. El muro del viejo cementerio, devastado por el paso del tiempo, se alzaba delante de ellos. Dieron una vuelta alrededor del muro. Atisbaron una abertura en el mismo y pudieron entrar. Un simple vistazo al camposanto hizo llegar a Javi a una rápida conclusión: