La Sainte Chapelle es una de las más famosas iglesias góticas. Construida antes de acabar la primera mitad del siglo XIII para albergar las reliquias de la Pasión de Cristo (un trozo de la Santa Cruz y el casco de espinas), sufrió numerosos destrozos durante el período revolucionario. Las vidrieras lograron mantenerse a salvo de los destrozos. El santuario está compuesto por dos plantas: la superior, a la que accedían el Rey y sus acólitos, sirvió para guardar las reliquias; la inferior era menos luminosa y algo más discreta y servía para el culto del personal de palacio.
Las quince suntuosas vidrieras de la planta superior narran la historia de la Bilbia, desde el Génesis hasta la Resurrección de Cristo.
Por contraparte, la capilla inferior es mucho más modesta y está presidida por una estatua de la Virgen. Su decoración alterna colores rojos y azulados, dándole así un toque medieval. En el ábside izquierdo se conserva el mural más antiguo de París, que representa la Anunciación.
Javi, Laura y Esther tardaron poco más de un cuarto de hora en llegar, a pie. Con una orden de búsqueda y captura contra ellos por no se sabía qué, no quisieron correr riesgos de que nadie les reconociera.
—¿Cómo vamos a entrar? La seguridad en ese sitio no es ninguna broma—dijo Laura.
—Nos colaremos—dijo Esther—. Yo distraigo a los de seguridad. Les diré que perdí algo cuando estuve visitando la capilla hace una semana. Luego vosotros entráis y buscáis. Y después me reúno con vosotros.
Javi asintió.
Llegaron a la entrada de la Sainte Chapelle. Había que pasar un control de seguridad para acceder al monumento y una cola de gente inmensa. Javi y Laura se quedaron agazapados en la entrada; seguro que los dos tipos que vigilaban los accesos ya tenían noticia de que habían emitido aquella orden contra ellos. Vieron cómo Esther sorteó la cola sin un mínimo de consideración hacia las personas que estaban allí, que, viendo aquello protestaban, y se acercó a los dos guardias y les soltó un par de frases en francés. Los guardias se pusieron a cuchichear entre sí y la dejaron entrar. Acto seguido uno de ellos la acompañó hacia el interior y el otro se quedó vigilando el acceso. El plan no le había salido a Esther tan bien como lo había pensado. De todas formas, burlar a un guardia era más fácil que burlar a dos. Y Laura no estaba por la labor de esperar mucho más. Desenfundó su pistola de somníferos, que había recuperado en el despacho por el que habían escapado de Claire y aquellos hombres, y apuntó bien al cuello del guardia. De un certero disparo que no se desvió ni un milímetro de su objetivo, acertó en la arteria carótida. El guardia cayó desplomado al suelo. La reacción en la gente al ver que el guardia caía al suelo sin sentido fue la que cabía esperar: cundió el pánico y la avalancha hacia la salida fue inminente.
—Préstame tu puntería—le dijo Javi a Laura.
Ésta sonrió y entró por la puerta principal sorteando a la marabunta de gente que trataba de salir. Javi la siguió, esquivando también a las personas que salían corriendo.
—Esto de colarnos aquí por la cara no va a beneficiarnos mucho. En media hora vamos a tener aquí a toda la policía de París—dijo Javi—. Mejor démonos prisa.
Se dirigieron a la planta baja de la Sainte Chapelle tras pasar por el torniquete de seguridad, y entraron en ella. Javi ya había estado allí hacía años, en su visita a París en el viaje de estudios. Esther le había acompañado. Durante su anterior visita no habían podido imaginar que aquel lugar escondiera el secreto para encontrar una reliquia de tales proporciones como la Katana de Amaterasu. Laura señaló al techo.
—La cuna de la alquimia donde brillan las estrellas—dijo.
Javi dejó que su vista se elevara para contemplar el techo estrellado de la Sainte Chapelle. El techo azul oscuro y abovedado, con infinidad de lo que parecían estrellas doradas mirándoles desde él, era soportado por una infinidad de cortas columnas que proporcionaban esbeltez y ligereza a la estancia. Esther les esperaba más adelante. El guardia de seguridad ya no estaba con ella.